Imagen tomada del magnífico blog de Carles Aguilar.
Tomémoslo con humor. Apenas tres semanas de entrenamiento y ya estoy lesionado, jajaja… Lo siento, no me sale…
De nuevo la rodilla quiere ser protagonista. Hace ya dos años que padecí aquella tendinitis de pata de ganso, que tanta guerra me dio y que, parece, ha vuelto de nuevo.
El pasado sábado, casi al final del rodaje prescrito por el míster, sentí un pinchazo en la zona identificada en la imagen como “bursa inflamada” de mi rodilla izquierda. Inmediatamente identifiqué el familiar dolor que creí olvidado. Era tarde, noche cerrada, estaba sudado después de casi una hora de trote, hacía frío para ponerme a caminar y estaba apenas a un par de kilómetros de casa y decidí seguir trotando suave hasta la reparadora ducha.
Decidí junto con el míster olvidarme del entrenamiento del domingo y unir ese día de descanso con el del lunes, previsto de antemano. El martes la sesión me la cambió por un rodaje “de prueba”, a ritmo muy suave con el doble condicionante de salir sólo si no tenía ninguna molesta y de parar si esta aparecía. Y no lo hizo. Rodé durante cuarenta minutos sin ningún tipo de problema y ayer miércoles no aprecié secuela alguna. Bien, pues sigamos con el plan… Y el plan preveía un rodaje de hora veinte, de los cuales los primeros cuarenta y cinco minutos fueron deliciosos: las buenas sensaciones van apareciendo, los ritmos, aún lentos, no son tan lastimeros como los primeros días y en todo momento troté con una cierta soltura, pero en ese fatídico minuto el pinchazo volvió, y cumpliendo fielmente su ley, Murphy hizo que fuera PRECISAMENTE en el punto más alejado del circuito. Inmediatamente me dí cuenta de que lo iba a pasar mal: no llevo encima más que una sudadera fina (servidor es muy caluroso, incluso comparado con sus recios vecinos esteparios y ha corrido el maratón de San Sebastián con dos grados en la salida en manga corta) que poco o nada me protege de los estertores de Becky, la simpática Ciclogénesis Explosiva que nos ha visitado estos días y que tan mal ha tratado la costa Cantábrica. Aquí el temporal llega con las fuerzas mermadas, pero aún así el viento es fuerte y frío, muy frío... Durante unos segundos pienso en volver trotando, pero por una vez decido hacer lo correcto y echo a andar. "Una camiseta Carlos, ¿no te podías haber puesto siquiera una camiseta de manga corta debajo de la sudadera?". El viento levanta los faldones de la sudadera y recorre inclemente mi piel, erizándome el vello. El calor se va a borbotones por mi cabeza, con el pelo mojado. Mis manos se amoratan y pierden sensibilidad, y sólo la mala leche por tener que parar unos días de nuevo me hace olvidarme de ello.
Al llegar a casa apenas puedo coger la llave para abrir la puerta. No estiro, sólo pienso en una ducha caliente. Me quito las zapatillas y al pasar por delante de la cocina pongo a calentar a fuego lento las patatas revolconas, bien picantes y con sus torreznillos, como a mí me gustan, que me ha dejado preparadas mi esposa. Mmm... Me relamo por anticipado. Llego al baño y mientras me quito la ropa dejo correr el agua caliente. En vez de ducha me voy a dar un baño, siquiera cortito... ¡Qué gusto, por Dios! Dejo correr el agua por mi cabeza, sumerjo las manos en el agua, muy caliente, al límite de lo que puedo soportar y empiezo a pensar que de nuevo el míster tiene que rehacer el plan... Recuerdo que tengo un correo suyo en el que, quizá excediéndose en sus atribuciones, me pregunta por cómo va el peso... Ayyysss... ¡el peso!, origen de casi todos mis problemas deportivos y uno de los pocos factores relacionados con el entrenamiento que soy incapaz de controlar. ¿Qué le contesto yo a este hombre? La calidez del agua me envuelve y relaja, mis manos recuperan sensibilidad, ¿qué le contestas al míster, Carlos?, el peso, puñetero peso... Primera posibilidad: salida por la tangente ¿el peso?, bien, gracias. Segunda posibilidad: respuesta "graciosilla" ¿el peso?, ¿se le pregunta la edad a una señorita?, pues eso... Tercera posibilidad: respuesta airada ¡eh!, que ya sabías dónde te metías. Que el que no me cobres un duro no te da derecho a según qué cosas, que ya sabías que yo no estoy dispuesto a no disfrutar de una buena mesa y a renunciar a tomarme una cervecita con los amigos o a comerme esos torreznillos con las patatas revolconas que me ha dejado mi santa...¡Las patatas!, ¡esas patatas que dejaste hace más de veinte minutos al fuego!. Y casi saltas de la bañera, derramando el agua, mal te secas y corres, a riesgo de resbalar y partirte la crisma, y notas el olor a quemado que te había pasado desapercibido, ensimismado y atontado por el agua caliente... Pero ya no hay remedio: ¡joder, Carlos!, hoy toca comer de bocata...