Quedada en la puerta de la Biblioteca Nacional. Foto gentileza de Pedro.
Existe una ley inexorable en atletismo que dice que dos y dos puede que alguna vez sumen cuatro, muchas veces tres, (o menos), pero nunca, jamás de los jamases, cinco, y para que un atleta tenga éxito en un maratón se tienen que conjugar varios factores. A grandes rasgos:
Primero: estado físico y mental. El atleta debe haber entrenado lo suficiente, descansado y alimentado convenientemente y no estar lesionado. Asimismo debe saber desarrollar una buena estrategia de carrera, conocerse perfectamente a sí mismo, y mantener la cabeza fría para anticipar y solventar sobre la marcha posibles problemas.
Segundo: las condiciones climatológicas, (viento, lluvia, temperatura), deben ser propicias para que el atleta pueda rendir en todo su potencial. Hasta cierto punto la sensatez y una buena estrategia pueden dulcificar condiciones poco propicias, pero estas siempre acabarán pasando factura.
Tercero: tener "el día". Esto escapa a todo control lógico. El atleta puede haber entrenado, descansado, planteado una perfecta estrategia, amanecer un día fresco en un recorrido perfectamente conocido, incluirse en un grupo que le ahorre fuerzas..., pero si no es "el día", y las piernas simplemente no van, no hay nada que hacer. Esta incertidumbre se da tanto más cuanto más popular es el atleta, y por tanto menos controlado y estructurado su entrenamiento.
Cuando uno de esos factores falla aún podemos hacer una carrera digna. Si lo hacen dos petaremos miserablemente, pero si son los tres, lo mejor es no salir o limitar la carrera hasta donde nuestro esfuerzo comience a convertirse en sufrimiento.
En definitiva, que llevo unos cuantos párrafos para intentar justificar porqué ayer en la Casa de Campo, con sólo veintiséis kilómetros recorridos, me bajé de la carrera y me subí al metro. Y es que a pesar de que modestamente creo conocerme bastante bien a mí mismo y al Mapoma, y saberme dosificar y plantear mis carreras adecuadamente, es cierto que:
1.- No he entrenado más que apenas mes y medio después de estar siete parado.
2.- La lesión no es aún historia.
3.- Ayer hizo un día realmente infernal para correr, y…
4.- No era "el día".
Y mira que todo empezó bien. A las siete de la mañana tenía el coche aparcado a menos de doscientos metros de meta y del lugar donde habíamos quedado a comer. Había dormido lo suficiente y había comido e hidratado más que bien. Cafelito con los amigos de quedada y marcheta tranquila hasta la zona de salida. Muy buen ambiente, muchos rostros conocidos y distintas ambiciones que se entrecruzaban entre confesiones y planteamientos de carrera. Miradas afiladas en algunos corredores, aquellos que en su calendario tenían marcado en rojo este día; más relajadas en los que simplemente salíamos a disfrutar. El día ya se presuponía caluroso, no en vano a las ocho de la mañana, una hora antes del pistoletazo de inicio, los termómetros ya marcaban catorce grados, que llegarían a veintiocho en meta, por lo que previsoramente desde las cinco de la mañana, hora de mi despertar, había bebido un par de vasos de agua y medio litro de isotónico.
Salida algo más lenta y caótica que otros años al hacerla coincidir con la del diez mil. El plan es ir con Jose, (sin tilde, con acento en la o), un amigo suyo que se apuntó a última hora para acompañarle, y que se encontró con un dorsal by the face, gentileza de Nacho que no pudo correr ayer, y Carlos, a un ritmo cómodo de cuatro horas treinta, a fin de merendarnos el maratón en plan "trámite". Con esas cruzamos el arco de salida.
Suelo darme un plazo de cinco kilómetros para comprobar si el día es "el día", y ya en Plaza Castilla me doy cuenta de que no ha habido suerte. Más allá de la falta de entrenamiento las pulsaciones, aún yendo contenidas, son algo altas respecto al reciente Medio Maratón de Madrid. El calor y la elevada humedad me producen una cierta sensación de falta de aire y las piernas pesan. Toca plan B: dosificar y resistir, ahorrar fuerzas en las subidas, controlando al máximo el pulso, y poner en marcha los mecanismos de distracción: charlas con los amiguetes, escuchar a Jose cantar el himno no oficial de los paquetes, (ver abajo), o a Carlos sus disertaciones histórico-filosóficas, y fundamentalmente fijarnos en las guapísimas chicas que siempre nos rodean en cola del pelotón...
Los kilómetros fueron cayendo puntualmente al ritmo previsto, pero en la subida de la Calle Ferraz me descuelgo del grupo: para ellos me convertiría en una rémora y para mí sería suicida intentar seguirlos cuando quedan más la mitad de los kilómetros por recorrer, es decir casi todo el maratón. Me doy de plazo hasta la Casa de Campo para decidir qué hacer. El plan B en el que hasta ahora me muevo acaba con el maratón completo sin importar el ritmo y sin descartar andar algún tramo para recuperar resuello a fin de hacer una tirada larga de cara al GTP, pero por si las cosas se complican empiezo a esbozar un plan C que incluye una poco digna pero inteligente retirada y repatriación en metro.
Los kilómetros previos a la Casa de Campo son muy descubiertos y pican hacia abajo. Las fuerzas todavía acompañan y es fácil dejar ahí buena parte de nuestras opciones. Intento administrarlos bien, pero se me hacen duros. Quizá no tanto como para no pensar en terminar el maratón, pero sí lo suficiente como para saber, porque otras veces ya he pasado por ello, que llegar al Parque del Retiro sería un acto de fe que requeriría de mí, hoy literalmente, hasta la última gota de sudor. Con estos pensamientos llego a la Casa de Campo y su acogedor frescor. Hay a quien no le gusta esta parte del maratón, con poco público en contraste con el bullicio y los pasillos de gente de la Calle Fuencarral, la Puerta del Sol, la Calle Mayor..., que levantan el ánimo y empujan a seguir, pero a mí me parece un privilegio poder trotar esos kilómetros entre la arboleda. Tengo unos pocos kilómetros para tomar una decisión entre dos opciones meridianamente claras: salir de la Casa de Campo supone un compromiso con llegar a meta, ¿porqué?, no lo sé, pero para mí es así. De abandonar, tiene que ser aquí, subir al metro en la estación de Lago y volver en él a Retiro. La otra opción es tirar de épica, asumir el sufrimiento extremo de una segura deshidratación más o menos grave, (para mí, y para la mayoría de corredores con este calor es físicamente imposible reponer líquidos al mismo ritmo que los pierdes), asumir los intensos dolores musculares que aparecerán pronto y lo más difícil: encontrar una razón para soportar todo ello.
Kilómetro veinticinco y pico. Una familia: madre, padre y dos peques, anima a rabiar. Los niños extienden sus manitas para chocarlas con los corredores, gesto que siempre correspondo, mientras sus padres gritan y aplauden. Escucho al padre: "sois unos héroes por estar ahí con el día que hace". Y tomo mi decisión: yo no soy un héroe. Ya he pasado antes por situaciones parecidas y su coste ha sido muy alto. Esta carrera no es objetivo. Intentar acabarla a toda costa, tan corto de entrenamiento, supondría no poder salir a trotar en varios días y comprometer otras carreras, y ya voy bastante corto de kilómetros como para permitirme ese lujo. El pubis, aunque no duele, ya molesta, al igual que la sobrecarga del gemelo. En otras ocasiones he asumido el riesgo, pero hoy no tiene sentido. Al llegar al kilómetro veintiséis paro mi crono y echo a andar. Tranquilo, sin prisas. Simplemente paseo bajo la sombra de los árboles. Animo a los corredores que me adelantan, (y a alguno al que a pesar de mi tranquilo ritmo soy yo el que les adelanta).
En el amplio bucle del recorrido en el que se cruzan los corredores que apenas hemos acabado de entrar en la Casa de Campo y los que ya la abandonan, justo enfrente de la estación de metro de Lago, salgo del recorrido en dirección a ésta. Tengo un pequeño problema: no llevo dinero encima, por lo que me apresto a lucir la mejor de mis sonrisas a la taquillera para que me deje entrar sin pagar, o llegado el caso, extender lastimeramente mi mano en busca del euro que cuesta el billete. No hizo falta recurrir a ninguna de las estratagemas: justo detrás de mí veo entrar cual ángel salvador a Coral, la esposa de Zerolito, que amablemente me deja un billete. En uno de los más malolientes vagones de metro que nunca haya existido, (gracias a que no era el único corredor que allí se retiraba), y después de un trasbordo a otro no menos maloliente vagón, ya que casi todos los corredores íbamos al mismo sitio, llego a la estación de Retiro. La salida está dentro del propio parque, pero decido salir de él y entrar de nuevo en la carrera por si en la zona de meta, (cerrada al público), me encuentro con algún amiguete y para coger algo de avituallamiento líquido a fin de empezar a reponer fluídos. Toca echar de nuevo a trotar con los que están terminando su maratón a un ritmo de entre tres horas cuarenta y cinco minutos y tres horas cincuenta. Si ya en la Casa de Campo e incluso antes, a falta de casi veinte kilómetros para meta, había visto mucha gente muy tocada, aquí el panorama es desolador: rostros demacrados, resecos y cubiertos de sal, signo inequívoco de deshidratación preocupante, músculos acalambrados por la descompensación de electrolitos, gente sentada en los bordillos con la cabeza agachada, alguno vomitando, el SAMUR atendiendo un desmayo... El maratón hoy ha sido cruel, y de haberme empeñado, en el mejor de los casos yo sería uno de esos rostros de ojos vidriosos que avanza casi mecánicamente a meta. Aunque no deja de ser una retirada, y eso nunca es plato de gusto, soy consciente de que he tomado la decisión correcta.
El resto del día es lo mismo de siempre cuando me junto con esta gente: comer, beber y reír. Si llegando desfallecido me hubieran hecho recuperar de mitad del cansancio, ayer su presencia me compensó más que sobra de esos veintiséis kilómetros que hoy no han dejado ninguna molestia que no tuviera antes de hacerlos, y es que la tortillita de patata en su punto, los bizcochos esponjosos, los chocolates, unas cuantas cervezas, y sobre todo, su extraordinaria compañía, son el mejor bálsamo para cuerpo y mente.
Aunque ya lo publiqué anteriormente, vaya de nuevo su Himno no oficial, (aún):
Queda todavía alguna reflexión de esas de las que se hacen con la cabeza fría, pero que desembocará sí o sí en la eliminación de algún(os) de los objetivos de la izquierda de este blog. Ya contaré.