El título esta vez se lo debo a Jorge, Pardillete en el foro de ElAtleta.com, que lo usó en su crónica de la salida del domingo, así que espero que el resto de la entrada pueda aportar algo de originalidad por mi parte... Hecha la declaración de intenciones, y en esa contradicción permanente en la que vivimos, la foto de nuevo es prestada por Carlos Darth Vader, y la tomó una vez que bajamos el paso de Claveles, principal pero no único protagonista de esta entrada...
No soy experto en casi nada. La montaña no es una excepción. De hecho hasta el domingo mi conocimiento de las cumbres serranas se limitaba a alguna excursión por la Sierra de Gredos, en veranito y a paso tranquilo, con bocata y nevera, y a alguna salida con la bicicleta de montaña por recorridos más o menos transitables de la Sierra de la Paramera o la Sierra de Avila. Por otro lado, creo ser bastante consciente de mis limitaciones, y suelo saber dejarme aconsejar por aquellos que tienen más experiencia. Tengo amigos montañeros que suelen ser personas sensatas, respetuosas consigo mismas y con los obstáculos a vencer. Conscientes de la debilidad del hombre frente a la naturaleza. No cometen estupideces, y después de hablar con ellos tampoco seré yo el que hoy conscientemente lo haga.
A pesar de mi inexperiencia, siempre he visto la montaña como un dragón adormecido, una suerte de Smaug acostado sobre su lecho de oro y joyas. Con su ojo abierto a la espera de algún furtivo ladrón de tesoros. Nosotros no queremos robarle, no ambicionamos su riqueza, simplemente admirarla, disfrutar de ella, atravesar sus dominios. Cruzar la Montaña Solitaria que en nuestra personal imaginería representa el Paso de Claveles, el más técnico y difícil del MAM y por ende, de nuestra ruta del domingo, y volver con el recuerdo en nuestras retinas de la belleza de la que hemos sido testigos. Aunque dormido, Smaug respira, alerta ante los intrusos que perturban su descanso. Y sólo nos permitirá el paso si nos acercamos a él con humildad y respeto.
Acababa ayer mi relato en el Alto de Peñalara, con la decisión de seguir adelante, hacia Claveles. La vista según nos acercamos es espectacular: una serpenteante cresta de rocas, colocadas casi a propósito por algún desconocido y malévolo ser, de forma que a derecha e izquierda hay desniveles pavorosos, casi verticales en la vertiente madrileña. A medida que nos acercábamos íbamos siendo conscientes de la dura belleza del paso: bloques irregulares, cuajados de líquen, con aristas afiladas, superficies nunca horizontales que hoy además están resbaladizas por la reciente lluvia... No hay forma de andar por ellos. Tenemos que trepar. Muy frecuentemente tenemos que asentar al menos tres apoyos para evitar que un tropezón, un resbalón, un fallo de concentración por admirar el maravilloso paisaje que desde allí se divisa, haga que caigamos a una grieta, de la que con suerte sólo salgamos con algún hueso roto. No tengo miedo, el miedo impide pensar con claridad y te lleva a tomar decisiones erróneas, pero soy consciente del peligro. Aunque pasamos con muchísima precaución y una caída al vacío es casi imposible, sí existe ese riesgo real de un siempre inoportuno y traicionero resbalón.
Voy el último del grupo. Delante de mí los demás trepan. La cresta que se empina hacia arriba, recortada duramente contra el cielo encapotado, mis compañeros, los brillantes colores de nuestras ropas, más deportivas que montañeras, todo destaca y contrasta contra los verdes, grises y ocres del paisaje... Todo compone una escena con una plasticidad grandiosa y por enésima vez maldigo la hora en que no cogí la cámara de fotos. No volverá a ocurrir.
Hace algo de viento lateral. En uno de los más bellos momentos que recuerdo, esto nos hace ir literalmente a cuatro patas por el miedo a un desequilibrio en uno de los lugares más estrechos del paso. Hacia abajo se ve la Laguna de los Pájaros. Hay un grupo de gente que quizá nos divise desde la distancia. Luego nos daremos cuenta de que tuvo que ser así: es imposible pasar por la laguna sin mirar hacia arriba, cientos de metros hacia arriba, hacia las imponentes crestas por las que ahora transitamos... Sensatez, tranquilidad, pensar cada movimiento, asentar las dos manos, subir un pie, asegurarlo y sólo entonces hacerlo con el otro, no desviar la vista, parar antes de echar un vistazo al glorioso paisaje, cuajado de nubes, que nos rodea. Respirar, sentir el poder de dominar los obstáculos a la vez que la propia debilidad ante ellos.
Tenían razón Carlos, aquellos que te decían que la montaña es un espejo que te hará ser consciente de tu verdadera valía como ser humano. Todavía no conoces todo el poder del dragón, pero te está dejando ver sus armas y lo intuyes: el frío, el viento, el hielo, la soledad... Hoy te tolera a cambio de respetar sus normas, de no perturbarle en exceso ni pecar de soberbia, y a cambio te devuelve sabiduría y autoestima. Lo que te plantea es fácil: prudencia y pasas, irresponsabilidad y caes. Sin mentira ni engaño. Tú eres el responsable de tus actos y sus consecuencias. Es así de simple, así de duro, así de hermoso...
Estoy disfrutando cada paso, cada agarre, cada rozadura. Una arista me araña la pantorrilla. Parte de mi piel quedará para siempre allí arriba. Es un pequeño tributo a cambio de tanta emoción.
Sorbo casi con ansia cada momento y cada piedra. Oigo casi como en sueños los comentarios de mis amigos, sus avisos. A veces una mano ayuda al que le sige, o sugiere un apoyo no bien visto.
Pero todo tiene su fin. Después de una bajada, tanto o más técnica que la subida, Claveles acaba. Unos cientos de metros para separarnos del paso, para coger resuello, para asimilar tanta adrenalina que aún corre por nuestras venas. Carlos se gira y hace la foto que encabeza la entrada. El dragón nos ha dejado pasar, no sin dejarnos intuir su ley, pero le hemos mostrado respeto, y él ha accedido, por esta vez, a nuestro paso sin más tributo que nuestro sudor y un pedazo de piel. Ha sido benévolo.
Después de la tensión que todos sufrimos en Claveles, el resto de la travesía es una delicia. En la Laguna de los Pájaros nos encontramos con un grupo de excursionistas perfectamente pertrechados para la montaña: capas impermeables, botas, bastones... Nosotros bajamos trotando, con zapatillas, en el mejor de los casos, de trail, algunos en pantalón corto, a lo más, abrigados con una camiseta y un fino chubasquero. Supongo que nuestros rostros muestran una mezcla de cansancio acentuado por el pelo mojado por la lluvia, satisfacción por haber conseguido atravesar sin mayor problema el paso y un cierto orgullo por atreverse a darle una vuelta de tuerca más a una excursión por la montaña y hacer varios de sus tramos corriendo. Ignoro qué sensación producimos a esos montañeros, pero a buen seguro que no fue la misma que a aquella pareja, a la que le preguntamos hace unas horas si "íbamos bien para Peñalara". Ahora no hay sonrisas subrepticias y condescendientes. No subimos "a la aventura" con la mirada ingenua que produce la ignorancia. Ojito que ahora venimos de atravesar Claveles, y sí, además cuando podemos, corremos. Quiero pensar que arrancamos algún punto de admiración en esas personas, así como en el resto de las que nos encontramos de vuelta a Cotos, por estrechas veredas perfectamente marcadas por carteles, (nada esta vez de equívocos mojones), que sinuosamente recorren praderas, canchales y laderas. Poco a poco perdemos altura y los tramos de carrera son más abundantes. Disfrutando de un trote ligero llegamos de nuevo al punto de partida donde felices nos dedicamos a lo que mejor sabemos hacer: aprovechar los pequeños, (o no tan pequeños), placeres de la vida como esa cervecita fría regando un majestuoso bocata de tortilla de patata.
¿Somos los mismos que subimos?. En mi caso no. ¿Qué es lo que ha cambiado por el camino?. Creo que hemos crecido, nos hemos enfrentado a nuestras dudas y a lo desconocido y hemos salido airosos. Hemos vivido y disfrutado un magnífico día, imborrable, en el que debutamos en montaña y aprendimos algo, sólo un poco, de cómo enfrentarnos a ella. Queda mucho por saber, casi todo, pero no veo el momento de repetir...
Releyendo, y antes de darle al botón Publicar, creo que debo hacer una precisión. Quizá haya destilado en esta entrada un tinte demasiado épico. No es mi intención hacer creer que somos una especie de super-hombres por algo que otros muchos han hecho innumerables veces. De hecho creo que la ruta que completamos el domingo es algo perfectamente factible para cualquier persona, ojo, en un buen estado de forma, porque no es un paseo, y con sentido común. Pero ha sido nuestra primera vez, un debut a lo grande, y ha sido excitante. Espero que lo entendáis, y para que veáis que no soy yo solo, haceos un favor y leed también las crónicas de Zerolito, (parte I, parte II) y de Lander, esta última, hilarante...
También, y por último, quiero agradecer a ese puñado de buena gente con la que he tenido la suerte de encontrarme el que sean así. No os nombro porque aunque sois todos los que estuvisteis, no estuvieron todos los que son.., (esto creo que suena un poco retorcido, casi ridículo, pero me da igual). Es un honor ser amigo vuestro chicos.