Así pues, decía, ayer salí justo cuando el sol acariciaba el horizonte, allá por Serrota, y la temperatura comienza a caer bruscamente al faltar su calor. La idea era hacer un rodaje suave, "desengrasante" de músculos y articulaciones, (de cintura pasaría por disfrutar menos de la buena mesa, sacrificio al que no estoy dispuesto), y a eso me apliqué. Las sesiones de gimnasio-pretemporada, el descanso larguísimo después del Maratón de San Sebastián, la temperatura ideal para correr, el ambiente entre melancólico y onírico de las penumbras subiendo desde la ribera del río, y la deliberada y lenta cadencia de mis pasos consiguieron que disfrutara de una ¿sesión de entrenamiento? increíblemente placentera.
Esos ritmos tienen además un efecto secundario de lo más agradable: tienes tiempo para pensar, para ver, para obervar paisajes, sensaciones... Para percibir situaciones que en otras circunstancias pasarían inadvertidas. Un detalle: a medida que corría siguiendo la ribera del río y de este comenzaba a subir "la marea", esta se mezclaba con el aire más caliente de las praderías que la circundan. Por momentos me veía envuelto en retazos de aire seco y relativamente cálido arrebujados sin mezclar con turbulencias de aire más frío y húmedo, aliento de la noche recién nacida a la luz de la luna menguante. Durante unos (pocos) kilómetros corrí hacia el oeste sintiendo el gratificante contraste, girando de cuando en cuando la cabeza en busca de la sucesión de amarillos y rojo fuego tornándose oros y púrpuras, en azules profundos y delicados violetas del fin del día. Otro detalle: la ribera del río en ese paraje discurre en una amplia vaguada cuyas pendientes llevan, por un lado a las primeras estribaciones de la Sierra de la Paramera, y por otro al cerro en que Avila está encaramado. No hacía viento, y durante unos minutos, el choque de las dos masas de aire produjo, unos metros por encima del suelo, una delgada y tenue capa de neblina, casi impercetbible salvo por el reflejo en ella de los restos de luz del reciente ocaso, y que envolvió las copas de los árboles más bajos.
Hubo más detalles dignos de reflejar, como la vuelta de una bandada de cigüeñas que aparecieron por el oeste y me sobrevolaron, majestuosas, en dirección de sus nidos, allá lejos, en los altos chopos de La Pelmaza, o en los campanarios de las Iglesias de El Fresno o Niharra. O los recuerdos de treinta años atrás, en los que donde ahora hay un bosque de grúas, pilares y edificios a medio construir mi mente situaba estrechas veredas y caminos, aún lejos de la ciudad. O las tardes de baño y pesca con los amigos en una parte del río ahora canalizada.
Aire frío en los pulmones, pasos quedos en la oscuridad, recuerdos de niñez, reflexiones íntimas, bienestar, conciencia y consciencia, sentidos alerta, melancolía, belleza, tranquilidad... ¿Y todavía me preguntas porqué corro?