Doceno, na.
(De doce)
1. adj. Duodécimo (ordinal)
2. adj. Dicho de un paño o de otro tejido de lana cuya urdimbre consta de doce centenares de hilos. u.t.c.s.m. para designar este género de paño.
3. f. Conjunto de doce cosas.
4.f. Peso de doce libras que se usó en Navarra.
Curiosas las definiciones 1, 2 y 4, y que la más usada no aparezca hasta la tercera.
En mi particular diccionario atlético-paquetil, paquetil-atlético, incluiría una más, espero que de vida efímera, que rezaría más o menos asi:
5. Número de maratones corridos por este paquetillo hasta la fecha.
Y es que así fue, sin sorpresas de última hora, percances inesperados o añagazas del destino, un servidor completó antes de ayer el que hasta ahora es su doudécimo maratón. Una muesca más que modifica ese particular ratio que por primera vez leí en el blog de Spanjaard en la que se hace constar por un lado las veces que uno ha igualado o superado la filipídica distancia y por otro su edad. El mío está ahora mismo en 44/13, pudiendo cerrar el año en el mejor de los casos en 45/16, si sumamos la aún no dilucidada, (aunque de inminente resolución), cuestión de mi participación en las Challenge Nacional Ñ Ultrafondo, mi prevista, esta sí, presencia en los 100k/24 de Aire Libre/Corricolari y un maratón de otoño, el Tui Maratón de Palma de Mallorca o el de San Sebastián, (o los dos, porque ya puestos he comprobado que esa es la mejor manera de tomarse las cosas con calma y no acabar roto en ninguno de ellos, 45/17 en tal caso).
Pero no avancemos aún sin disfrutar de lo que acabamos de hacer. Como decía, antes de ayer di cuenta de mi séptimo Mapoma, de largo el más cómodo y sabrosón. La marca retrocedió a las de hace un par de años: 4 horas 38 minutos 33 segundos, en mi compromiso con Lander para acompañarle en su debut en la distancia. A tal fin me presenté el sábado tarde en San Agustín del Guadalix, donde pasaría la noche, con ganas de ver a esa pareja a la que cada vez quiero más y que de nuevo me ofrecieron su casa para lo que hubiera menester. Mi labor, según yo lo veía, tenía dos facetas: por un lado quitarle a Lander la lógica tensión de la primera vez, y por otro, la más fácil, poner un ritmo cómodo y constante que le permitiera llegar a meta. La consecución del primer objetivo tendrá que ser él el que la valore, del segundo salí contento pues Lander llegó a meta exahusto, (o al menos eso me pareció), pero mantuvo el tipo durante todo el recorrido, cediendo unos segundos por kilómetro sólo al final, cuando el frescor de la casa de campo dió paso a esas descarnadas avenidas cuesta arriba en las que un sol de justicia golpeó inmisericorde a los corredores.
El sábado, decía, llegué a San Agustín a la hora del café, calentito y recién hecho, (gracias Lola), y casi sin acabar de degustarlo nos bajamos a la Feria del Corredor, donde teníamos esperanzas de ver a varios de los amigos blogueros de cuya comida nos habíamos caído. Ignoro la sensación de Lander al recoger los dorsales el viernes, pero sí recuerdo las mías propias las primeras veces que lo hice: las descargas de adrenalina al empezar a "respirar maratón", al tener en mis manos esas primeras combinaciones de números cuasi mágicos que se empaparían al día siguiente con mi sudor, que me identificarían unívocamente en un río de corredores. Recuerdo cuando veía a esa tropa de afilados de apariencia experta, moviéndose con la soltura que da la costumbre, recogiendo sus propios dorsales, hablando de tácticas, saludando con familiaridad a los cracks... Era excitante, y me gustaba. El sábado, después de encontrarnos con Elmorea y Encarni, (futura maratoniana), pudimos ver a Fabián Roncero, a mi paisano José María González, a la guapísima y amabilísima Mayte Martínez que tuvo a bien hacerse unas fotos y charlar un momento con nosotros...
En la feria conocimos también a Slowpepe, grande él, que nos hizo disfrutar a todos con su forma de entender y ver el atletismo, y..., lo siento, pero mi pésima memoria no recuerda el nombre de los otros amigos con los que compartimos esa cerveza.
La cena con Lander y Lola fue deliciosa, como siempre que comparto un rato con ellos. Lander está nervioso. Mucho. Es lógico, y parte de mi "trabajo" es intentar combatir ese exceso de tensión que le adivino. El sabrá si lo conseguí, o por contra, sólo le preocupé más.
Por mi parte estoy tranquilo, quizá demasiado. Tanto que a veces pienso si no estaré cayendo en el error de dejar de respetar lo que un maratón significa, pero lo cierto es que los preparativos de la carrera se han ido convirtiendo con el paso del tiempo en una rutina casi mecánica en la que todo ha sido testado, probado y repetido muchas veces. Con el tiempo le he ido dando a cada cosa la importancia que yo creo que merece, y les doy la justa, nada más. La lista de gadgets es siempre la misma: los protectores para las uñas, los imperdibles por si la organización no los facilita, la vaselina, el esparadrapo, el bote de Aquarius para antes de la salida, la barrita de Isostar que me dará el segundo aire a partir del 30... En otra categoría incluyo los imponderables. Aquellos contra los que no puedo luchar ni puedo modificar: recorrido, perfil, clima... Pero realmente no me preocupa en exceso el hecho de correr 42 kilómetros y pico. Se que sólo una lesión lo puede impedir. Además hoy los vamos a hacer lentos, sin prisas. No tendré la tensión de un ritmo prefijado, un tiempo de paso. Después de once maratones se lo que va a ocurrir, conozco muchas de las trampas y celadas con las que nos vamos a encontrar, he superado ya muchas veces los dolores, las dudas y los miedos. No veáis soberbia en lo que digo. Es simple costumbre.
El domingo amanece. He dormido relativamente bien, incluída una visita nocturna al cuarto de baño debida al mimo que puse la tarde del sábado en la hidratación, (este sí es un detalle que cuido al máximo, aunque sea, como el sábado pasado, con un par de cervecitas bien frías, quizá no lo más aconsejable, aunque siempre mejor que ese brebaje azul denominado Powerade con el que nos obsequió la organización durante la carrera).
Lander me confiesa que apenas ha dormido, pero tantas veces le he repetido que no tiene que tener pensamientos negativos que automáticamente contesta: "pero he descansado". Eso es Lander. Ese es el espíritu... Camino a la salida aún nos da tiempo a dejar el coche en Ventas y tomar un café. A las ocho estamos como clavos a la puerta de Correos, (que digo yo que habrá que irle cambiando ya el nombre...), para encontrarnos con Slowpepe y Germán. Sylvie, con la que estábamos citados no aparece..., y no se porqué, pero no me extraña... Saludo también a mis compis de Club, venidos de Avila en cuadrilla. A las ocho y cuarto, con puntualidad británica, acudimos a la masiva quedada de paquetes a la puerta de la Biblioteca Nacional, ¡qué tropa!. Risas, tensiones, apuestas, fotos... Gente muy especial. Y cuando nadie la esperaba, en una foto de familia en la que no debía haber estado, se cuela en primera fila una chikilicuatre morenaza y pizpireta con la que ya no contábamos, y así es como entra en esta historia Sylvie, la valenciana más popular después de la Dama de Elche y Rita Barberá, la chica de la eterna sonrisa. ¡Qué alegría más grande nos diste niña!
Y sin darnos apenas cuenta empieza lo serio. Bajo la atenta mirada de Gallardón y varios prebostes engalanados para la ocasión, cruzamos el arco de salida. Pienso. Lander, ahora juegas en primera, aquí se acabaron las tonterías. Aquí empieza lo serio, aquí comienzan los escarceos con el maratón, la maratón, los 42195 metros de los que serás dolorosamente consciente. De todos y cada uno de ellos. Una prueba voluble y caprichosa, taimada y cruel, por momentos fría, tremendamente pasional a veces. Infinitas sensaciones y momentos arremolinados en cuatro horas y pico y entre los que los dolores y las dudas se irán abriendo paso poco a poco con el transcurrir de los kilómetros, medidos en sufrimiento y sudor. Pero ahora libérate de esas dudas. Disfruta de tu maratón y del valor que has tenido para afrontarlo, escaso de kilómetros y experiencia. Ahora puedo decírtelo amigo mío, pero tenía mis reservas sobre tu éxito el domingo. En nuestro rodaje por Avila ví como los últimos kilómetros se te hicieron muy largos..., y ya en carrera, con esa distancia, aún no habríamos empezado a sufrir. Mis disculpas, pues aún contando con el "efecto dorsal" no hice lo propio con tu capacidad de sacrificio y tu pundonor.
De todas formas los primeros kilómetros cayeron muy rápido, (en sentido figurado y en el real, pues creo que nos fuimos unos pocos segundos por encima de lo debido y eso lo pagaste al final). En gran medida por la contínua "bronca" que Sylvie y Krisma llevaron durante toda la mañana. Lo más parecido que se me ocurre son los sketch de Escenas de Matrimonio... De todo salía por esas boquitas, y así, entre risas y Powerades llegamos sin pena, pero trabajando la gloria, a la media maratón. Lander va bien, le veo entero y concentrado, seguro de lo que está haciendo y confiado en conseguirlo. Pasamos por muchos de esos momentos que no se asimilan instantáneamente pero que salen a relucir a medida que vamos rumiándolos, como los Carros de Fuego de Vangelis, la entrevista televisiva y sobre la marcha a Sylvie, el primer avituallamiento de Lola, grande ella... Entramos en la Casa de Campo, recorrido precioso, amable y bucólico pero traicionero. Desprovisto de animación y propenso a pensar, y con los suficientes kilómetros en las piernas para que esos pensamientos puedan ser negativos. Yo voy muy bien, las pulsaciones son muy bajas y después de las alegrías del principio aquí vamos "clavando" el ritmo. Estoy disfrutando de cada paso y cada comentario. Sólo tengo que parar un par de minutos a aflojar el cordón de mi zapatilla izquierda. Al ser nuevas y ceder algo preferí apretarlos un poco más de la cuenta y molesta. No me dieron ningún otro problema, confirmando lo que ya sabía: que mis pies y la serie GT 2xxx de Asics están hechos los unos para la otra.
Ya al final de la Casa de Campo creo atisbar en Lander los primeros síntomas de fatiga. El cuestón, (sí Lander, era un cuestón, hay que reconocerlo), que hay a la salida es duro, pero insistes en hacerlo corriendo y sólo me queda animarte. Tengo ganas de volver a la ciudad, de volver a los aplausos y los ánimos de la gente que tanto se que se agradecen. Muchas veces son ellos los que nos impiden rendirnos y echar a andar en "esta mierda de carrera en la que no pinto nada".
Hemos superado el kilómetro treinta. Entramos en los procelosos dominios de ese "muro" del que yo te he dicho que es puramente psicológico por más que haya quien se empeñe en explicarlo empíricamente. Ya se oyen menos voces, menos risas. A partir de estos momentos ya nadie se recupera. Puedes conservar las pocas fuerzas que te quedan y medirlas con cuentagotas, apurando tus recursos en un rácano y egoista intento de no desperdiciar un paso de más, no gastar una brizna de aliento en ese chiste fácil que antes salía de tus labios. Ya no se corresponde con la misma alegría al griterio del público.
La vuelta a la ciudad nos da la sensación de que alguien hubiera abierto un horno, y pienso en que el que no haya medido sus fuerzas lo va a pagar muy caro... Así es. El camino es un rosario de corredores tocadísimos, deshidratados, renqueantes, rotos... Nos adelantan varias ambulancias en las que suponemos corredores a los que el maratón ha mostrado su cara más cruel. Yo miro la de Lander, le sigo viendo concentrado en lo que hace, sufriendo, ahora mucho, pero sin perder ese brillo en los ojos que da la determinación. Aunque yo sigo con buenas sensaciones las pulsaciones, como no podía ser menos, han subido y me duelen las plantas de los pies por el contínuo golpeteo con el asfalto. Es el precio. Incluso yendo a un ritmo muy inferior al posible, el maratón duele, y a veces mucho. Krisma hace de vez en cuando unos cientos de metros de más, adelantándose un tanto y volviéndose a por nosotros, a fin de dar un poco de descanso a unas rodillas acostumbradas a ritmos más altos. Muchísimas gracias Krisma. Fuiste un apoyo importantísimo. Sylvie no pierde el humor, aunque ya rie menos. Todos tenemos ganas de llegar a meta. Todos sufrimos el paso de los kilómetros, del calor y de ese recorrido demencial de la última parte del Mapoma. Pero el giro llega. Ese bendito giro a izquierdas, hacia el asfalto del Paseo de Coches del Retiro, ese oasis de frescura y verdor en medio del tórrido asfalto madrileño. El último esfuerzo, la última duda, ¿es el arco negro?, no, creo que es el del fondo..., sí, ese es, veo el reloj... Un intento fallido de sprint que no cuaja, los últimos gritos de ánimo, el último empujón, la cámara lenta en que se convierten esos últimos metros, la alfombrilla cada vez más cerca, una mano tendida, una fila de corredores, cuatro, que han hecho los 42 y pico juntos, han reído y han sufrido juntos. Han vivido un intenso trocito de vida juntos.
PD1. Foto gentileza de Locomotoro1964.PD2. No me olvido de tantos otros que se cruzaron en nuestro camino del domingo, como Teto, Jesús, otro corredor del 4Pipas del que no recuerdo el nombre, la familia de Guille que nos animó en el 13K... TODOS formáis parte de ese maratón y tenéis un huequito en mi corazón.