La jornada comenzó muy pronto, demasiado. Apenas he dormido una hora u hora y media. Catorce horas después, ya de vuelta, tendré que parar en el área de descanso de la otra entrada del túnel, en tierra castellano leonesa y a poco más de media hora de casa, a dormitar unos minutos estacionado por el miedo a hacerlo durante un segundo mientras conduzco. Con el asiento reclinado, en los breves momentos en que tardo en sumirme en un sopor que poco tiene que ver con el verdadero sueño pero que me restablece lo suficiente como para permitirme terminar mi viaje, pienso: estoy tremendamente cansado pero satisfecho del día de hoy. Como siempre, hay luces y sombras. Nunca hay días perfectos ni totalmente para olvidar, hoy quizá haya habido algún problema inesperado, pero el balance del día es muy positivo. Bueno sólo bueno en lo atlético pero sobresaliente en lo personal.
Tenía muy poco miedo a la cita de ayer, mi segunda incursión más allá del maratón. De los tres, (posiblemente cuatro), objetivos que barajo de aquí a junio este era el menos ambicioso: 50 kilómetros suaves, de rodaje tranquilo salpicado de avituallamientos de membrillo, pasas y orejones. En hora y media exacta desde que salí de mi garaje tengo el coche aparcado justo al lado de la salida de la carrera. Mi dorsal lo recogió Silvestre ayer, así que no tengo nada que hacer. Pocos corredores pululan aún a esas horas por las cercanías. Uno de ellos es mi paisano, José María González, campeón de Europa de 100K con el que hablo durante unos minutos. También aparece Spanjaard, magullado por la caída de su excursión serrana y que va a hacer su particular test globero sub-3.30 para el próximo Mapoma. Los que sí trabajan, mucho y rápido son los chicos de la organización. Veo los carteles kilométricos por colocar, las cajas de agua, furgonetas que van y vienen... Es ese trabajo escondido y poco agradecido en el que el corredor no repara salvo que falle pero que es imprescindible. En los 100/50 Villa de Madrid ese trabajo está bien hecho. Poco a poco la salida se va animando. Este año se dobla la inscripción del pasado noviembre, que fue tan sólo unos setenta corredores, y se nota. Hay un detalle que me llama la atención: casi todos se conocen entre ellos. Creo que esto del ultrafondo es una especie de secta en la que recalan los incomprendidos por el resto del mundo del atletismo. Sólo ellos entienden que 50 kilómetros suaves son menos agresivos que una media maratón a tope, afirmación que hecha por mí en la entrega de dorsales del circuito de carreras que organiza mi club arranca sonrisas entre mis compañeros, algunos de los cuales estarían en estos momentos levántandose de la cama para competir en las medias de Segovia y Toledo y que seguro que hoy tienen más molestias que yo mientras escribo, no les culpo: yo tampoco lo creía...
La primera alegría de la mañana me la proporciona Paco, Efejota en el foro de ElAtleta.com, que haciendo honor al sobrenombre "descerebrado" con que a menudo cariñosamente nos hemos referido a él, ha decidido en el último minuto apuntarse a falta de mejor plan para su tirada larga. Poco después aparecen Carlos "Señor Oscuro" Darth Vader, a una semana de triunfar en los mismísimos Campos Elíseos en París, y Silvestre, que por fin parece olvidar el "vacío existencial" que le dejó el Maratón de San Sebastián. Ninguno de los dos tiene intención de correr entera la carrera. Aún así se han inscrito, pagado su dorsal y madrugado, (una hora más por el cambio de horario), para acompañarme. Juzgad vosotros qué clase de personas son.
Salida. Hace frío, pero es agradable. La primera vuelta no tiene ninguna historia que contar salvo la bucólica sensación de correr de noche y ver cómo las primeras luces del amanecer van lamiendo los tejados de la ciudad. Nos vamos ajustando al plan de trotar suave y parar en los avituallamientos a comer, beber y estirar. En el comienzo de la segunda vuelta noto unos pinchazos en el adductor izquierdo, los mismos que al inicio de la pasada carrera de Aranjuez, pasan pronto y al igual que entonces lo achaco al frío. Al respecto se ha levantado un fuerte viento que pega la camiseta sudada al cuerpo y nos deja helados. Las nubes apenas dejarán pasar el sol en lo que queda de carrera y no conseguiré entrar en calor en toda ella. Si yo me quejo del frío y el viento no quiero ni pensar cómo lo habrán pasado otros...
Los pinchazos desaparecen aunque no del todo. Vuelven inesperadamente de vez en cuando, sobre todo en las cuestas arriba y después de las paradas en los avituallamientos. Es algo a lo que tengo que prestar atención en el futuro y buscar sus orígenes. Llevo más de un año sin perder días de entrenamiento por lesión y la última fue precisamente un problema de adductores.
Al comienzo de la tercera vuelta Darth nos deja. Los pinchazos vuelven con mucha más fuerza en la larga cuesta del inicio obligándome incluso a parar en algún momento, incluso me planteo si no será mejor volverme y conformarme con los veintipocos kilómetros que llevo. Les doy de plazo un kilómetro más y al acabar la cuesta casi desaparecen de nuevo. De todas formas no me encuentro bien. Las pulsaciones siguen bajas, mi estado de forma es similar al de noviembre del año pasado y muscularmente, salvo los pinchazos, me encuentro incluso mejor, pero la falta de sueño y el frío hacen que las sensaciones no sean buenas. De nuevo, con la cercanía de los treinta kilómetros, estoy tentado a abandonar, cosa que por supuesto, al final no hago. Aquí nos deja Nacho, y Paco y yo nos quedamos solos con veinte kilómetros por delante. Quedamos en tomarnos esas dos vueltas que quedan con algo más de calma, no por él, que está en un excelente estado de forma después de apostar fuertemente por preparar Mapoma siguiendo el método Galloway, sino por mí y mi adductor. Damos en llamar a cada parada o tramo andando un "Galloway", de los que hacemos uno en cada cuesta. Es precisamente al final de una de ellas donde nos encontramos, corriendo de frente hacia nosotros, a un exultante Zerolito Correpoco, que no haciendo honor a su sobrenombre nos comenta contentísimo cómo ha batido su marca de 10K. Su presencia nos anima bastante y corremos hacia los cuarenta kilómetros y el inicio de la última vuelta. Antes de llegar comento a mis compañeros que me doy el plazo del primer kilómetro para intentar acabar la carrera. No quiero que el adductor castigue mi osadía a medio camino y me tenga que volver cinco kilómetros andando con el frío que hace. Hago todo lo posible por modificar y controlar mi zancada, protegiéndo mi maltrecho adductor de cualquier movimiento "extraño", y parece que funciona.
Nada más de empezar esa última vuelta aparece Eva2r, a buen seguro la chica más popular de Madrid, y su inseparable cámara con la que nos hace unas cuantas fotos, de entre las que pirateo la que encabeza esta entrada. El año pasado corrió con nosotros los 50K en plan campeón, (tiene acreditadas cinco horas en maratón y lo suyo tuvo verdadero mérito), y que este, como Zerolito acababa de hacer MMP en 10K unas horas antes. Juntos nos encaminamos cuesta arriba con mucha precaución, y el adductor parece darme tregua. Si es así, pienso, el segundo ultra de este súper paquete, (entendiendo el súper como superlativo del calificativo de paquete), está al caer. Desgraciadamente el momento malo del día, de hecho la única sombra de una maravillosa jornada, está al caer. Poco después de pasar la imaginaria línea del maratón, aproximadamente a los 42,5 kilómetros oficiales, (43,2 kilómetros según mi Polar), y al intentar arrancar después de un "Galloway", mi rodilla derecha dice basta. Con una mezcla de preocupación por el dolor, situado en y por encima de mi rótula, y sorpresa por lo repentino de la molestia que apareció sin avisar, paro de nuevo y hago unos estiramientos de cuádriceps. Vano intento. Quiero volver a correr pero el dolor es fuerte y se presenta la disyuntiva: por delante siete kilómetros en los que presuntamente no pueda correr, pero terminar los 50 o, por detrás, vuelta a la zona de salida, habiando completado algo más que un maratón pero sin arriesgarme a empeorar la situación y sobre todo, llegando antes a una anhelada ducha caliente que me saque el frío del cuerpo. Después de un par de minutos de dudas la cordura se impone y deseándole lo mejor a Paco enfilo cuesta abajo. No tengo dudas de que con tan buena compañía como lleva y la facilidad conque le he visto durante toda la mañana su carrera sea un éxito.
Así que heme ahí, perplejo por una molestia inesperada que me golpea sin aviso y después de que toda la carrera hubiera sido otra la que me había tenido preocupado. Habiendo corrido más de un maratón pero sin terminar la carrera, (esto me pareció realmente gracioso en ese momento), helado de frío, cojeando ostensiblemente y con casi tres kilómetros por delante hasta mi deseada ducha caliente. No más de doscientos metros de vuelta parece que el riego sanguíneo vuelve a mi maltratado cerebro y mi propia visión, como si de un viaje astral se tratara, me viene a la mente: un tipo como yo, con poco aspecto de atleta "de verdad" pero con toda la pinta de haber corrido un maratón, o sea, macilento, desgreñado, todito arrugado y cojo tiene que dar una lástima del copón. Estoy bajando la avenida por la parte por la que suben los corredores, animándoles cuando me cruzo con ellos. Lo siento chicos pero os dejo solos. Me cruzo de acera a la parte de la calzada por la que los coches enfilan hacia mi ducha caliente con el firme propósito de hacer parar, a las malas si es necesario, al primero que pase para que al menos me acerque hacia la salida. Semáforo verde: el resto de los peatones pasan, yo espero paciente, cual depredador al acecho de su presa. Un desvencijado coche gris gira en el cercano cruce, es mi oportunidad, pierna izquierda al frente, derecha a la rastra, exagerando hasta lo histriónico la cojera y una mirada de perro apaleado mientras levanto levemente mi mano en lo que debiera parecer a ojos del conductor un esfuerzo casi insuperable. Una ventanilla que baja y el rostro de un joven gitano que asoma por ella:
- Oye, por favor, ¿podría...?
Y sin dejarme acabar oigo:
- Claro, sube...
Puerta de copiloto abierta y yo p'adentro antes de que el joven cambiara de opinión. Coche, como decía, desvencijado, CDs. llenos de polvo, parabrisas agrietado y dudoso paso de la última ITV, pero un conductor de lo más amable y simpático, cabeceando de incredulidad cuando le dije lo que estábamos haciendo por las calles de su VallleKas y que callejeó y me llevó justo hasta la meta. Muchísimas gracias desconocido y amable conductor.
Y esa es la historia de la carrera. No procede aquí hablar de las cañitas de después, con sus boqueroncitos fritos y sus patatas bravas mientras abusivamente mi pierna estirada y con hielo en su rodilla ocupaba una silla a la vez que el resto de mi cuerpo asentaba sus reales en otra. O de cómo pasé una deliciosa comida y sobremesa con mis amigos del foro de ElAtleta.com, llena de chascarrillos, piques y anécdotas mientras descrubría, entre otras cosas, lo delicioso de las Fresas al Mascardone...
Hoy la rodilla duele menos, reafirmando mi creencia de que las molestias son simplemente fruto del frío y el sueño, pero por precaución descansaré totalmente un par de días y si todo va bien el miércoles haré un rodaje suave para probarla. La primera joya de mi todavía no se si triple o cuádruple corona queda un poco deslucida, sin el brillo y la pátina que hubiera deseado, pero sin dejar de apreciar que en el peor de los casos al menos he corrido un maratón "y pico", y ese, afortunadamente, es el mayor de mis problemas ahora: ¿cómo leches me cuento lo de ayer?, técnicamente corrí unos cientos de metros más que en un maratón, pero tan pocos que me resisto a denominarlo ultra, así que, ¿como lo contabilizo?, ¿como maratón?, ¿como ultra?, ¿como lo que realmente fue, un rodaje largo con los amiguetes...?. Se admiten todo tipo de sugerencias.