Hoy hace diez años del asesinato de Miguel Angel Blanco, y estoy seguro que no soy el único al que se le pone un nudo en la garganta al recordar el desenlace de esos dos días que mantuvieron en vilo a todo un país. También estoy seguro que soy poco original al dedicarle hoy a su memoria estas humildes líneas, pero al igual que aquel 12 de julio desencadenó una oleada nunca vista en este país de repulsa a la violencia, de unidad en contra del terror y de valentía frente a los asesinos, espero que hoy se renueven esos sentimientos, se aparquen batallas de egos y luchas partidistas y se les recuerde a quienes sólo saben negociar con un arma en la mano y el miedo en el corazón de la gente, que cada vez ese miedo es menor, y que su victoria es una quimera.
Recuerdo exactamente el momento en que me enteré de la noticia. Estaba en mi viejo Simca 1200, camino del trabajo de mi esposa y con la radio encendida. Hacia poco que había terminado el macabro plazo de cuarenta y ocho horas. Al principio las noticias eran confusas: se le había encontrado muerto, luego se supo que sólo estaba malherido, pero que su agonía sólo sirvió para alargar brevemente su vida. Recuerdo que aparqué el coche en una calleja ahora peatonal y lloré como todo el país con una mezcla de dolor y rabia.
Son muchas las imágenes de aquellos días que me quedaron en la retina: los cientos de miles de manos blancas al cielo, el rostro de la hermana de Miguel Angel envuelto en lágrimas, el de su padre enterándose del secuestro de su hijo por la prensa, la enorme riada de gente en Madrid, en Bilbao, en tantas y tantas ciudades de España, las nucas de esos manifestantes ofrecidas a las pistolas, las velas en Ermua...
Repito. Se que no soy original, pero hoy es día de recordar, de revivir la unidad que aquel hecho provocó y de seguir mirando al frente diciendo como entonces:
Recuerdo exactamente el momento en que me enteré de la noticia. Estaba en mi viejo Simca 1200, camino del trabajo de mi esposa y con la radio encendida. Hacia poco que había terminado el macabro plazo de cuarenta y ocho horas. Al principio las noticias eran confusas: se le había encontrado muerto, luego se supo que sólo estaba malherido, pero que su agonía sólo sirvió para alargar brevemente su vida. Recuerdo que aparqué el coche en una calleja ahora peatonal y lloré como todo el país con una mezcla de dolor y rabia.
Son muchas las imágenes de aquellos días que me quedaron en la retina: los cientos de miles de manos blancas al cielo, el rostro de la hermana de Miguel Angel envuelto en lágrimas, el de su padre enterándose del secuestro de su hijo por la prensa, la enorme riada de gente en Madrid, en Bilbao, en tantas y tantas ciudades de España, las nucas de esos manifestantes ofrecidas a las pistolas, las velas en Ermua...
Repito. Se que no soy original, pero hoy es día de recordar, de revivir la unidad que aquel hecho provocó y de seguir mirando al frente diciendo como entonces:
¡Todos somos Miguel Angel!
2 comentarios:
Y lo poco que nos duró el estar unidos....
Sin duda el musculo mas debil del ser humano es la memoria. Ojala muchos lo entrenaramos mas.
Abrazos.
Yo tambien me enteré en el coche, y venia de la provincia de Avila ese día, debio de ser mas o menos a la altura de Arevalo.
Estoy del todo contigo, Carlos.
Yo, como navarro, estaba en plenos Sanfermines por Pamplona....la noticia fue corriendose y primero, uno, luego dos, luego cientos de navarros fueron/fuimos quitándonos el pañuelo rojo (simbolo de la fiesta y alegría) para atarlos a las rejas del Ayuntamiento en recuerdo a Miguel Angel.
Ni eso respetaron los batasunos. Tras regarlos de gasolina, pegaron fuego a la pañolada.
Pero hasta ahí llegó la marea!
Los mozos de Pamplona enrabietados, quisieron responder al fuego con el fuego y marcharon a quemar la sede nacional de Herri Batasuna.
Esa noche, los antidisturbios de la policía nacional lograron a duras penas salvar de la quema la central de Herri Batasuna, y del linchamiento a sus ocupantes.
Los matones abertzales, anonadados, se veían expulsados y perseguidos por los calles y tuvieron miedo, mucho miedo.
Y durante muchos años esa marea los mantuvo ocultos en sus cobijas.
Hoy, 10 años despues, han vuelto a mandar en las calles...pero a mí no se me olvida la noche sanferminera en que la Policía Nacional tuvo que salvar el cuartel general de Herri Batasuna.
Publicar un comentario