martes, 27 de noviembre de 2012

Anillo Verde Ciclista de Madrid. 24 de noviembre de 2012.

 

 

Minuto 2 del desternillante monólogo del genial Leo Harlem, transcribo:

Y dejaba caer la famosa frase: no hay huevos.

Un reto de ese calibre sólo se puede lanzar:

a) Cuando estás seguro de que no lo van a aceptar.

b) Cuando estás seguro de que no lo vas a perder.

c) Cuando estás… borracho.

Porque:

a) Un español que se precie NUNCA va a a decir no.

b) Ni siquiera aunque dude del buen término de la empresa.

c) Ni siquiera aunque no esté borracho.

Y el caso es que mi cuñado, que ni bebe, ni le importa ganar o perder en cosas tan pueriles, que tampoco es deportista habitual, aunque le gusta vivir la vida probando nuevas experiencias, me lanzó el reto de hacer andando el Anillo Verde Ciclista de Madrid,  acompañado de la mítica e infalible frase, hace cosa de un mes, y servidor, que cree a pies juntillas en los “porques” antes reseñados, se vio obligado, ¿obligado?, a aceptar. ¿Qué otra cosa podía hacer?

Total, que el sábado sobre las cinco y media de la madrugada iniciábamos nuestro periplo desde Orcasitas, donde el mozo se llevó a vivir a mi hermana, con buena temperatura y mejor humor.

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La temperatura, como digo era más que agradable para esas horas, y pronto nos vimos avanzando a buen ritmo por los arrabales de la zona sureste de Madrid siguiendo lo que en un principio creí sería una constante: los iconos del anillo:

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Para nuestra desgracia no siempre fue así. A veces el recorrido cruza un parque, la pintura no es visible, o hay cruces con otros carriles-bici que te hacen dudar. Mi cuñado sólo ha hecho una vez el anillo, y fue en bici. Tiene un vago recuerdo y la noche es traicionera, con lo que en los alrededores de Vallecas tuvimos un despiste que nos costó algún kilómetro de más…

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Fantasmas en el Parque Lineal del Manzanares.

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Clarea sobre Vallecas...

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…y amanece sobre la A-3

Atrás quedan Entrevías, la tristemente famosa Estación de El Pozo, Moratalaz, Vicálvaro… Alberto, estupendo conversador, tiene siempre algún dato histórico, alguna anécdota de trabajo, algún chascarrillo de los lugares por los que pasamos. En Canillejas yo tiro de gestas deportivas al haber corrido varias veces el Trofeo José Cano… La mañana avanza, los ánimos son inmejorables... pero comienzo con los problemas: noto la primera ampolla en el talón izquierdo. Maldigo perplejo mi suerte, ya que tanto las zapatillas como los calcetines están más que testados y hasta ahora nunca habían rozado. Paro para ponerme algo de esparadrapo y seguimos…

Segunda salida de ruta: en los alrededores del Estadio de La Peineta el carril está cortado por obras, así que toca dar un pequeño rodeo de resultados felices pues en el caracoleo nos damos de bruces con un bar “de barrio” en el que decidimos darnos un buen homenaje como segundo desayuno del día y un primer y merecido descanso pues ya van más de cinco horas de caminata.

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Por aquí no se pasa…

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Mi segundo desayuno de la mañana…

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…y el de Alberto.

Seguimos en dirección de Sanchinarro, Las Tablas (donde aprovechando una “parada técnica” tomamos un cafelito), Motecarmelo

La parada para comer la hacemos en un Ginos, en el que personal y resto de parroquianos miraban con cara rara a ese par de desarrapados con ojeras, malolientes y sin afeitar, aunque a pesar de ello sumamente atractivos y sobre todo, educados. Tanto que no protestamos cuando nos sentaron en una esquina del comedor, en una mesa al lado del baño… Para ser sinceros, decir que nos trataron muy bien, las pizzas estaban buenísimas (realmente a esas horas y con la paliza que ya llevábamos hubiéramos comido con deleite cualquier cosa) y la cerveza fresquita.

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¿Tú crees que nos dejarán entrar con estas pintas, Carlos?

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Va a ser que sí, Alberto…

Fue un acierto parar en ese Ginos, pues a partir de ese momento el anillo se hace mucho más campestre y nos hubiera resultado difícil encontrar otro sitio para comer.

A pesar del descanso las fuerzas ya andan escasas. Mi primera ampolla, siguiendo el ciclo de la vida, ha crecido y se ha multiplicado, pero no ha muerto, como me recuerda dolorosamente el hecho de ponerme en pie. Tengo una gemela suya en el talón derecho, y ambas han hecho amigas en la planta de mis pies, justo debajo de los metatarsos… Y a diferencia de Alberto, al que ya le crujen todas las bielas, y que piensa que habiendo recorrido ya casi dos tercios de la ruta nos queda lo más fácil, yo sé que esto no ha hecho más que empezar, y que ese último tercio va a ser duro, y aunque el terreno aquí “pica” hacia abajo el ritmo comienza a resentirse.

Como digo, a partir de esta zona apenas hay población. El carril bordea entre la M-30, el Real Club Puerta de Hierro, y tras unos kilómetros entra en la Casa de Campo. Esta es, en mi opinión, la parte más hermosa del anillo, que durante un trecho bordea el Río Manzanares, llena de vegetación que aún retiene algo de la espectacular explosión de color otoñal.

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Ribera del Río Manzanares.

A poco de entrar en la Casa de Campo nos anochece. Pensamos que en su interior el anillo estará bien marcado, pero de nuevo erramos, y con la falta de luz hubo algunos momentos en los que dudamos y nos costó decidir el camino. Eso unido a que ya apenas podemos caminar con soltura, que nuestros músculos y tendones ya se mueven sólo por pura voluntad hace caer algo el ánimo, que no obstante recuperamos en parte al asomar de nuevo a la civilización y darnos cuenta de que de Aluche a casa el camino ya no tiene pérdida y sí o sí llegaremos a la hora prevista.

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Cruce de la Carretera de Extremadura, poco después de salir de la Casa de Campo.

Estos últimos kilómetros se hacen realmente muy duros. Como comenté antes, Alberto no es deportista habitual, y de hecho hace tiempo que yo tampoco. Nos hemos metido, incluyendo rodeos y despistes, más de sesenta y cinco kilómetros de duro asfalto. A Alberto eso le ha pesado mucho en el aspecto muscular, y en las últimas horas ha parado innumerables veces a estirar. A mí por contra el gran sufrimiento me lo han dado unas enormes ampollas que aún hoy martes hacen que me cueste calzarme, y el dedo gordo del pie derecho hinchado y amoratado que perderá su uña pronto.

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Y de nuevo en Orcasitas. No es la misma cara que dieciséis horas antes, no…

La experiencia, como todas estas cosillas medio absurdas que se nos ocurren de vez en cuando, fue positiva. No creo que repita el mismo recorrido más veces, al menos de forma íntegra, pero sí me asomaré alguna vez más por los rincones más bonitos del mismo, y aunque no considero haber hecho un ultra, ya que correr sólo corrimos en los semáforos y no lo contabilizaré como tal en el lateral del blog, al menos debido a mi deplorable estado de forma actual sí he tenido de nuevo las sensaciones de volver a sufrir, de explorar mis límites, más mentales que físicos, y de tener que avanzar más con la cabeza que con las quejicosas y doloridas piernas. Gracias Alberto por plantear el reto. Y ahora soy yo el que te dice: ¿hay huevos para lo de Torrejón?. Fijo…

Presentación de todas las fotos que hice, en este álbum Picasa: