La grafiosis es una enfermedad que afecta al Olmo Común o Ulmus Minor. Procedente de Asia, llegó a Europa en el Siglo XX y ha mermado, hasta casi hacer desaparecer, la población de Olmos europeos, menos resistentes a la enfermedad que los asiáticos.
En Avila, siendo yo adolescente, hubo una epidemia y muchos de los enormes negrillos, (como se denomina por aquí a los olmos), tuvieron que ser talados. Aún recuerdo como algunos de los más imponentes, centenarios ellos, fueron tratados casi como personas, incluso administrándoles medicamentos mediante goteo. Este año, debido quizá a lo lluvioso de las últimas primaveras, la grafiosis ha vuelto a atacar los escasos ejemplares que quedaban, entre ellos el olmo de la Plaza de San Vicente, catalogado por la Junta de Castilla y León como árbol singular y a día de hoy totalmente deshauciado.
El de la foto, tomada en la mañana de ayer, es el que se encuentra en la Plaza de la Santa, como podéis ver también afectado y de difícil supervivencia. La enfermedad de este negrillo me duele especialmente, ya que yo viví muchos años en esa plaza, cuando prácticamente no pasaban coches por ella porque no los había, cuando apenas llegaban turistas a la ciudad y tan sólo los feligreses se acercaban al Convento de la Santa que veis a le derecha del negrillo. Yo vivía en la pequeña casa que hay detrás, entre el propio convento y el Palacio de Justicia, a la izquierda. Actualmente el edificio está ocupado por la Delegación Provincial del INE, después de una reforma total que tan sólo respetó la fachada que se adivina a la derecha del árbol. Otro día hablaré de mis recuerdos en aquel recoleto patio, con su pilón y su pozo. De los rozones en mis rodillas cada vez que dolorosamente caía encima del codón con que estaba pavimentado, pero hoy quiero despedirme del negrillo, cuyas ya amarillentas y otoñales hojas quizá sea la última vez que vea caer.
El fue testigo de mis juegos de infancia, en compañía de mi hermana o de los escasos niños que había en el barrio. Recuerdo los circuitos de chapas a su sombra, abiertos con las manos en la tierra suelta que acababa llenando nuestra cabeza y bolsillos para enfado de mi madre. Otros días eran las partidas de peón, o de rescate, o de pico, zorro, zaina...
Durante mucho tiempo, al cambiar mis padres el pedazo alquilado de aquella vetusta morada por un piso en la zona sur de la ciudad, el negrillo y yo perdimos relación. Hasta que quiso la providencia que de nuevo hace dieciséis años volviéramos a encontrarnos a diario y me dí cuenta de cuanto le había echado de menos. Mi trabajo se encuentra a escasos veinte metros de la plaza, y desde entonces he tenido múltiples ocasiones de recordar aquellos añorados tiempos de inocencia e infantil felicidad. En este tiempo he sido testigo de sus ritmos, aparentemente inmutables, que le llevaban del florecimiento de sus delicados brotes primaverales a la explosión de verdor de principios del verano: un verde oscuro e intenso, fresco, seguido en otoño de un virado a ocres y marrones. A veces se coronaba de blanca nieve en invierno. Una y otra vez. Un ciclo falsamente eterno que parecía fuera a sobrevivirme a mí, mero testigo del milagro anual de su resurrección.
Pero ahora se muere. Los políticos hablan, planean, se reúnen, valoran posibles acciones..., pero entre tanto "mi árbol" se muere. Ya lo hizo su hermano de la Plaza de San Vicente, y las pocas hojas verdes que aún ahora lo coronan quizás sean las últimas. Quizá esta vez el frío invierno le dará su acostumbrada apariencia de muerte, solo que ahora será real, y al llegar la primavera sentiré que dentro de mí algo ha muerto con él. Mudo testigo de tantos años de mi vida. Te echaré de menos leal amigo.
12 comentarios:
Qué bonito es tu fluir directo del corazón al teclado :) aunque la tristeza, en este caso, inunde la pantalla. Una descarga de lágrimas por píxel cuadrado.
Enhorabuena por haber podido disfrutar de tu amigo y, sobre todo, de haberte dado cuenta del valor real de ese sentimiento, de esa presencia.
En los próximos matracos debe haber carrera de chapas en tierra de toda la vida, sin cruces, con rectas cortas y curvas sinuosas y sin peralte, sino no voy!!
buaaaah, esas rodillas ensangrentadas y llenas de arena quitada a golpe de esponja en la ducha, ainssss
Bonito fluir Carlos, estoy con Jesús.
y yo que pensaba que era la única que sentía vida en los árboles...
yo hablo con ellos, en silencio , pero con palabras que ellos oyen. he tenido entre ellos amigos protectores, de juegos, y bellos, muy bellos.
entiendo perfectamente tus sentimientos, a éste no lo conozco, pero... lo entiendo!.
Besos
y como consuelo sólo un abrazo.
Pues sí que es triste. Yo también echo de menos varios arboles que como a ti me acompañaron en la infancia. La higuera de la casa de mi abuela, el que había a la puerta de la casa de mi otra abuela. Y aquí en Madrid, durante años sobrevivieron inopinadamente dos moreras en mi calle a la urbanización y a los chavales que les arrancábamos las hojas. Hoy en día nada queda de ellos, arrancados para nada. ¡Qué bárbaros!
Hace un par de semanas escuché este pedazo de conversación entre un hombre y una mujer por la calle mientras corría:
Él: Si por mí fuera, quitaría todos los árboles de Madrid. Los árboles y más cosas.
Aceleré.
Yo lo cierto es que no entiendo mucho,pero con los avances que hay,si no se muere por la edad que tiene,seguro que pueden hacer algo,haber si hay suerte,un saludo.
"Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla y un huerto claro donde madura el limonero..." escribió Machado. La infancia, nuestra verdadera patria, vive en nosotros en forma de árbol, juegos, risas sinceras y llantos desconsolados. La enfermedad también humaniza; por eso ese árbol, el árbol de la plaza de la Santa, es amigo tuyo. Y mío, aunque hace ahora mucho tiempo que no paso a saludarle.
Preciosa historia de amor, Carlos. De final triste, una lástima.
Comparto contigo esa sensación especial ante árboles singulares. Me gusta cualquier árbol, si, pero algunos van más allá.
Solo mirándolos pueden hacerte llegar tantas cosas: Ellos, tan grandes y viejos. Nosotros, qué poquita cosa a su lado.
Lástima que no sepamos aún respetarlos y cuidarlos como merecen.
Hola CARLOS! PASABA A SALUDRTE, MUCHO NO PUEDO LEERTE ESTOS DIAS (ESTAS SEMANAS, EN FIN) Y HOY TAMPOCO, PERO EN VEZ DE MANDARTE UN MAIL, TE ESCRIBO POR ACÁ, EN TU LUGAR PARA DESEARTE LO MEJOR!
UN BESO GRANDE!
Negrillos como ese han ido muriendo en ringlera (tú sabes, dialecto) entre Villacastín y Aldeavieja. Quizá los hayas visto pero para mí eran el pulso de la muerte del campo cada vez que íbamos a Muñogalindo.
En fin, enfermedades del mundo. Un abrazo, paisano.
SPJ
Estoy apañá!!!...casi me meo de la risa...Al cambiar el look del blog, perdí todos los links y los he tenido que ir anotando de nuevo...ahora resulta que le doy a "lander" y me sale tu blog...
Lo más gracioso además, es que yo había escrito en este post tuyo (I promise) y no estaaaaaaaaaaaaaa...
ggggrrrrrrrrrrrrrrr
Te debí decir algo así como que sentir ese amor tan bello por la naturaleza, te hace muy grande amigo. Sabía que eras especial por muchas otras razones...pero tu corazón sensible aún me lo hace ver más.
Besitos, bonico.
Parece que te hayas quedado congelado después de este post, siento lo del árbol, es una historia repetida en muchos sitios, al menos puedes visitar tu plaza todos los días que es como verte de niño.
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