jueves, 19 de julio de 2007

Adoro a los japoneses

En mis primeros tiempos de karateca, hace ya unos veinticinco años, tuvimos durante un tiempo un profesor de kárate japonés, que se desplazaba una vez por semana a darnos clase desde su gimnasio en Madrid. Frecuentemente venía acompañado de algún amigo o familiar, también japonés, al cual nos pedía a veces que le enseñáramos la ciudad, a lo que nos prestábamos encantados. Curiosa gente los japoneses... Generalmente dicharacheros, de buen humor, tremendamente educados y muy cumplidos: SIEMPRE tenían algún detalle de agradecimiento contigo: un pequeño recuerdo, una moneda. Recuerdo incluso un pequeño masaje gratis...

Años después tuve ocasión de leer El Crisantemo y la Espada, un estudio antropológico encargado por el gobierno estadounidense a fin de conocer mejor los valores y principios de la sociedad japonesa, con la que aún estaba en guerra. Es un libro delicioso, (aunque advierto que no deja de ser un estudio antropológico), que profundiza en los aparentes contrastes de su cultura, en muchos aspectos muy parecida a la española: en ambas se tienen en mucha estima conceptos como el honor, el orgullo, el valor, el respeto...

Siempre he tenido un especial aprecio por Japón y los japoneses; por su cultura y su forma de ser. Admiro, (al igual que de Alemania), la manera de ponerse a la cabeza del mundo económico y tecnológico después de una guerra que los acababa de desangrar. Y en el caso de Japón, su forma de integrar los avances de la civilización occidental sin perder su identidad.

¿Y qué...?. Pues este introito viene a cuento de mi entrenamiento de hoy.

Ayer estuve de viaje y me acosté tarde, por lo que no me ha apetecido madrugar para correr. Esta tarde he salido a hacer unas cuestecitas por el paraje de la foto: el lienzo norte de las Murallas de Avila. Un recorrido de unos doscientos cincuenta metros que se hacen muy duros, pero de una enorme belleza. No obstante reconozco que mi intención roza lo macarra, pues es un lugar que en estas fechas está muy concurrido por paseantes, la mayoría turistas, en busca de una hermosa vista. El hacer las cuestas por allí tiene un toque exhibicionista que no es demasiado frecuente en mí pero que por alguna razón hoy me apetecía darle a mi entrenamiento, porque para eso ya está uno morenito.

En estas que he llegado al lugar en cuestión dispuesto a tener en todo momento el paso alegre, la cabeza alta y la tripa en su sitio. Las primeras repeticiones han ido cayendo al lado de nórdicos en bermudas, de paseantes lugareños y de jóvenes tomando perezosamente el sol tumbados en el cuidado césped.

Comenzando la antepenúltima cuesta veo salir por el Arco del Carmen, (conocido también en Avila como Arco de la Cárcel debido a que el solar anexo a dicho arco, ocupado ahora por el Archivo Histórico Provincial, albergó la Cárcel Provincial durante años), la típica y tópica excursión de japoneses: un nutrido grupo de ellos, caminando disciplinadamente detrás de su guía, y cargados de cámaras.

Subir y bajar la cuesta me lleva casi tres minutos, y al comenzar la siguiente el grupo está ya muy cerca del lugar hasta donde llego. Al coronar alguno de ellos me anima con esa sonrisa contagiosa que tienen los japoneses y sus sempiternas inclinaciones de cabeza, y un par de ellos me hacen fotos. Lo siento por ellos, ¡con lo bien que hubieran quedado con un atleta de verdad...!. Correspondo a las sonrisas y me vuelvo trotando hacia abajo, me giro, comienzo con mi última cuesta... ¡y toda la excursión de japoneses, unos treinta, está allí arriba, pendientes de mí!. Alucino. Por un momento pienso en darme la vuelta e irme a casa, pero ¡qué demonios!, este es el justo castigo que me merezco: ¿no quería exhibirme?, pues ahí tengo la ocasión. Los pocos despistados que andan mirando hacia la muralla, o al Monasterio de la Encarnación, son avisados por el resto y muchos de ellos me apuntan ya con sus objetivos, ¡qué momento!. La cuesta es dura, pero al ser la última decido echar el resto y la acometo con fuerza.

La subida me lleva más de un minuto, y desde el principio veo flashes disparando. Cuando llego más o menos a la mitad algunas mujeres empiezan a aplaudir y a animar con un go, go, go... que supongo "importado" del inglés y al que no puedo fallar: tengo que dar el espectáculo que esta gente se merece. Miro el pulsómetro y veo 190 ppm. mis pulsaciones máximas según la última prueba de esfuerzo que he hecho hace un par de meses, son 194 ppm, así que voy a tope, pero me lo estoy pasando genial con la anécdota que esta gente me está proporcionando.

Los últimos metros son similares a los de una carrera en la que fuera el vencedor: un pasillo de gente aplaudiendo y haciéndome fotos. Cuando he llegado arriba notaba el corazón en la boca y el sabor salado de la sangre en mi garganta, pero me estaba riendo como si hubiera sido el ganador de la carrera del barrio. De vuelta abajo he abierto mis brazos y he ido entrechocando las manos que se me tendían.

Creo que la sonrisa me ha durado hasta llegar a casa, y sólo se me ha borrado al darme cuenta de que he sido tan estúpido como para no apuntarle a alguno de ellos mi eMail... Lástima, pero el recuerdo de hoy no se me olvidará fácilmente. Lo dicho: adoro a los japoneses...

7 comentarios:

Peques Silvestre dijo...

Un GRAN relato. Una pena que no cayeras en lo del email, esa instantanea tiene su precio. Lo mismo en un tiempo la encuentras en algún Blog japones ;).

Un abrazo y nos vemos el Domingo.

ELMOREA dijo...

Jajajaja, me parto de imaginar la escenita, son geniales estos charlys...
Ahora mismo me piro a la puerta del palacio real a ver si tengo similar suerte.....jajaja
....voy a prepararme unas tarjetas de visita con mi mail traducido al japones...
Sayonara baby¡¡¡

luis dijo...

Carlos, the newest Avila attraction!!!

Dí que si. Son la monda. Como nación tengo un concepto bastante negatico de esa isla que parece echada a un lado por la gran civilización china, pero bueno. A mí me ocurrió lo mismo en el Castillo de Amboise, en el Loira. Había hecho noche allí y partía corriendo en un tour ultra que me monté con riñonera y visa y hoteles, salí a ver el chateau y, hala, allí estaba el pelotón. Konichiwa.

Abrazos paisano.

Zerolito dijo...

juajuajuajuajuaaasssss!!!

Vaya con los japos, compañero... me parto toa!!!!

Veo que no paras ni un instante, vas a empezar la temporada a tope ;-) Un abrazo.

Anónimo dijo...

Genial Carlos!
Según lo leia me lo estaba imaginando como si yo fuera uno de esos japoneses que te sacaban fotos, jejeje...

Spanjaard dijo...

Cuando regresas al blog?????

Anónimo dijo...

jajajajajajaja. Genial y me lo creo. son como tu dices muy parecidos a nosotros, pero tan distintos!!!. Una noche estabamos mi entonces novio ( hoy marido) y yo en un mesón típico español en Madrid y una familia de Japoneses, padre, madre e hijo estaban saboreando ( o tratando de saborear) una paella. No te cuento los aspavientos a las gambas y cigalas... sus ojos ya de por si oblicuos eran casi verticales , pero cuando llegaron al limón, que chuparon como tu bien defines uno por uno y en perfecto orden, los abrieron tanto que por momentos perdieron todo atisbo de rasgos orientales; el premio final que traía " su paella" les debió encantar, pues se pasaron el limón a lengüetazos uno a uno varias veces .
Un besote