miércoles, 6 de febrero de 2008

La niebla


El despertador sonó a la hora programada. Su molesto zumbido sólo duró lo que tardó en palmear el negro plástico de su pulida superficie. Durante un segundo el fastasmagórico verde de los números digitales entre los que se adivinaban un seis y varios ceros se filtró a través de sus párpados entrecerrados.

Respiró hondo un par de veces y volvió a abrir los ojos. Permaneció quieto durante unos minutos, sin moverse, sintiendo como su cuerpo paulatinamente volvía a la consciencia, desprendiéndose lentamente de los vaporosos y tenues dedos de sueños que por unos segundos dejaban en su mente una sensación de irrealidad. Por fin, se levantó sin pararse a pensar demasiado en el calor del lecho que abandonaba.

Lo primero que hizo, como siempre, fué otear por la ventana. A esas horas era aún noche cerrada pero por la rendija que quedaba debajo de la persiana logró atisbar un límpido cielo en el que titilaba una miríada de estrellas. Un cielo típico de noche invernal mesetaria, claro y despejado, lo que significaba helada nocturna y un sol restallante en el cielo al llegar el día.

Comenzó con su rutina diaria: un frugal desayuno mientras oía las noticias, unos pequeños estiramientos para acabar de desentumecer su cuerpo y unos tragos de agua. Cogió las llaves de casa y cerró la puerta tras él.

Anduvo unos metros antes de comenzar a trotar. La calle, adoquinada, descendía suavemente hacia la parte baja de la ciudad, hacia el río. En unos minutos cruzó el puente que daba acceso al bosque que corría paralelo a él. El camino serpenteaba y seguía bajando aún unas decenas de metros por la ladera de una colina, y pudo ver que la ribera estaba envuelta en niebla, una niebla espesa y densa de la que se desprendían algunos jirones que se entrelazaban con los árboles del bosque más próximos a él. Este era una extensa fresneda, habitual en zonas riebereñas que se inundan con frecuencia, salpicada por olmos, chopos y zarzales, y que más allá daba paso paulatinamente, y fundiéndose lentamente con él, a un gran encinar. En muchas zonas los senderos apenas conseguían abrirse paso entre troncos añosos cubiertos de musgo.

La niebla y el brillo de la luna llena le daban al conjunto un aspecto fantasmagórico e irreal, lleno de sombras que parecían moverse y ocultarse al ritmo de la suave brisa que susurraba en las copas de los árboles y que parecía no poder penetrar más abajo. El espectáculo desde la parte alta de la ciudad, cuando la niebla conseguía llegar al alba, y aún más, era magnífico: un mar blanco, lechoso, ajustándose a las sinuosas formas del cauce del río, encajado en las caprichosas formas del valle por el que discurría y salpicado por las verdes islas que eran las copas de los árboles.

El conocía perfectamente esos senderos. Llevaba años corriendo por ellos y podía hacerlo casi con los ojos cerrados. El que transitaba se adentraba bruscamente en la niebla, cuyos límites aquí parecían cortados a cuchillo. Se adentró en ella sin temor. No era la primera vez que corría en estas circunstancias, de hecho le gustaba ese ambiente entre íntimo y tenebroso que los caprichos del clima le procuraban de cuando en cuando. Sintió la humedad en el rostro, penetrando en sus pulmones y haciendo que la camiseta se le pegara al cuerpo. Era una niebla tan espesa que le impedía ver más de unos pocos metros, pero la sentía fresca y vitalizante.

Los minutos fueron cayendo en un trote ligero y sin prisas. No había objetivos cercanos y había decidido hacer un rodaje suave, sólo por disfrutar de la sensación de correr al ritmo que sus músculos y su corazón le requerían para devolverle agradecidos la sensación de estar vivo.

Salía de una zona de árboles a un pequeño claro, apenas atisbado, cuando oyó un pequeño ruido de hierba pisada a su izquierda. En la zona no habitaban animales grandes, a lo sumo algún zorro, un perro abandonado o alguna oveja descarriada de las explotaciones ganaderas cercanas, pero alguna vez sí había visto merodear algún jabalí de los encinares que había más allá de los límites de la fresneda. En todo caso, fuera lo que fuese, seguramente se habría sorprendido más que él y no le dió importancia.

Siguió trotando a través del claro. La niebla, aún espesa, estaba tan pegada al suelo que por encima de la cúpula que formaban las copas de los árboles conseguía ver, aunque difuminado, el brillo de la luna. Su luz mortecina se apagaba en unos pocos palmos y apenas llegaba al suelo, pero sólo un par de metros por encima de él estaba seguro de que llegaba con toda su fría intensidad, de tal forma que estuvo tentado de trepar a una rama y asomarse por encima del manto blanco y ver lo que suponía sería el espectáculo maravilloso del reflejo plateado de Selene sobre el lienzo con que el río se cubría para ocultar su envidia ante tanta belleza. Estaba disfrutando.

Cerca del final del claro volvió a oir un rumor entre la maleza, esta vez detrás y a su derecha. Eran, o le parecieron, unos pasos rápidos, que ahora sí, le sobresaltaron. Sin parar de trotar giró su cabeza hacia la dirección del sonido, pero no consiguió ver nada. Le empezó a preocupar que fuera un perro asilvestrado y decidió estar alerta, pero durante unos minutos más no volvió a oir nada.

La siguiente vez el sonido fue mucho más nítido. Algo había cruzado, de nuevo por su derecha, adelantándose a él con velocidad. Conocía el lugar donde estaba y esa zona era la parte interior de un antiguo meandro, ahora fuera del cauce del río, en el que aún no había grandes árboles, pero que estaba densamente poblado de arbustos y espinos. Lo que fuera que la había cruzado lo había hecho rápido y con habilidad, pues no era fácil moverse por esa zona. El vello se le erizó, y repentinamente se dió cuenta de que se había parado, atento, alerta a la escucha del más mínimo sonido, pero este no se produjo. Lentamente dio unos pasos hacia atrás. Su rodaje había dejado de ser algo placentero, y aunque no podía decirse que estaba asustado, su instinto le obligaba a dar la vuelta abandonando lo que quisiera que se escondiera tras la cortina de niebla. Trastabilló, y rompió una pequeña rama, sin duda derribada por el fuerte viento de la semana pasada. El débil crujido se le antojó estruendoso y le sobresaltó, pero no se volvió. Siguió marcha atrás durante unos metros y volvió a parar a escuchar. No oyó nada, y ahora sí, se giró y empezó a trotar muy suave, lo más silenciosamente que pudo, sintiendo que cada metro recorrido le aliviaba la tímida opresión que sentía.

En pocos segundos empezó de nuevo a sentirse bien. Sonrió al darse cuenta de lo estúpido que había sido dejándose dominar por un atisbo de miedo, y su mente, obedeciendo a un primitivo instinto, comenzó a buscar explicaciones para lo sucedido. Poco a poco recuperó el paso, y estaba de nuevo llegando al claro cuando volvió a oir de nuevo los pasos, mucho más rápidos y despreocupados que se acercaban por su espalda. El miedo le asaltó bruscamente y le golpeó inmisericorde. La adrenalina inundó sus venas como nunca antes lo había hecho y saltó hacia adelante a toda velocidad sintiendo en sus piernas la hierba de los bordes del estrecho sendero. Estaba húmeda y el frescor de su caricia normalmente le resultaba agradable, pero ahora estaba realmente asustado, sin saber qué le perseguía, y el roce de esa hierba se poblaba de dedos que intentaban sujetarlo, de sombras que se deslizaban intentando parar sus pies. Estos volaban por el camino tantas veces recorrido, y los pasos que le perseguían se iban alejando lentamente. Tardaría aún unos minutos en salir de la niebla si es que esta no había subido más por la ladera de las colinas que rodeaban el valle. Esa posibilidad le aterró y miró durante un instante hacia arriba. Vió la luna: la niebla no sólo no había avanzado, sino que se estaba disipando empujada por una suave brisa que sintió en su rostro. Pero la distracción provocó que uno de sus pies pisara mal y su tobillo se torció dolorosamente. El otro pie respondió con rapidez, equilibrando su peso y absorbiendo el impacto de su cuerpo a punto de caer, pero se apoyó fuera del estrecho sendero, justo al lado de la rama de una zarza. Al enderezarse de nuevo sintió una punzada de dolor en el retorcido tobillo, pero podría soportarlo. El segundo paso dolió aún más: las afiladas puntas del zarzal se clavaron dolorosamente durante un instante en su muslo, para convertirse en cuchillas que desgarraron su piel cuando su cuádriceps tiró de la pierna hacia adelante. Gritó de dolor, pero no paró. Pronto sintió que gruesas gotas de sangre resbalaban por su pierna, pero estaba cerca del claro. Allí vería con más nitidez ahora que la niebla se disipaba, y podría mantener ese ritmo hasta los límites del bosque y abandonar el miedo que le perseguía.

Ya no oía nada. Sólo su propia respiración, agitada, casi al límite de su capacidad. Lo estaba dejando atrás, pero no pararía. Se dió cuenta de que estaba sollozando, y el sabor salado de sus lágrimas se mezclaba y confundía con el de su sudor. Temblaba de miedo, el miedo a lo desconocido, a los horrores que pueblan la oscuridad, el miedo a nuestras propias debilidades, el miedo al propio miedo. Se sintió débil y vulnerable. Derrotado por fuerzas que superaban su comprensión y que seguramente no existirían sin la noche, sin la luna llena y sin la niebla, pero que ahora habían destrozado su mente en unos pocos minutos. Los sollozos eran tan fuertes que ahogaban su respiración, y gritó para interrumpirlos. Fue un grito de miedo. De miedo y de rabia.

Sus piernas iban perdiendo aplomo y firmeza, pero mantenían el ritmo. Intentó controlarse y volvió a sentir el dolor de su tobillo y las laceraciones de su muslo. Dos minutos. Era todo lo que necesitaba para salir de esa pesadilla. Llegaría a casa y se ducharía. Curaría sus heridas y se miraría al espejo. Superaría la visión del miedo en sus ojos y volvería por la mañana. No iría a trabajar, pediría el día con cualquier excusa pero volvería a pisar ese sendero a la luz del día. Recorrería el bosque de arriba a abajo. Despejaría su mente del terror que ahora lo atenazaba y recuperaría la autoestima que se le escapaba a borbotones entre zancada y zancada.

Salió al claro. Durante unos metros siguió corriendo. Luego intentó escrudriñar la oscuridad a través de los incipientes claros que se abrían en la niebla en busca de no sabía bien qué, desviando nerviosas y rápidas miradas a derecha e izquierda. ¿Qué era aquello...?, ¿una sombra?, ¿una voluta de niebla?, ¿un tronco caído...?. Nada. No vió nada.

Bruscamente lo oyó de nuevo, ahora a su derecha y casi a su altura. Sintió que estaban jugando con él como el gato juega con el ratón antes de devorarlo y sólo le quedaba huir. Apurar sus últimas fuerzas en un furibundo sprint que le llevara de nuevo a campo abierto, más allá del bosque. Había dejado de llorar, pero estaba cansado, muy cansado. Su corazón latía al máximo de su capacidad, y sus pulmones se agitaban en un desesperado intento por absorber hasta la última traza de aire que pudieran inhalar.

Dejó atrás el claro. Estaba de nuevo rodeado de árboles. El sendero se estrechaba y se hacía más sinuoso. El tobillo dolía sordamente, seguramente hinchado y tumefacto. Perdía la sensación del terreno que pisaba y cada paso volvía a machacar sus maltrechos tendones a punto de romperse. La boca le sabía a sangre por el esfuerzo y su estilo se estaba volviendo torpe e ineficaz. De pronto, tropezó con una raíz escondida por la niebla y su cuerpo voló descontroladamente hacia adelante. Su rostro golpeó con furia contra el tronco rugoso de un fresno centenario... y no sintió más.

17 comentarios:

David Rodriguez Roures dijo...

Joder me has dejado intrigadisimo ahora como me explico yo si era un animal una persona o que era ,pierde el conocimiento o algo peor,espero una segunda parte,muy buena narración,un saludo.

ELMOREA dijo...

Pero tioooooo¡¡¡¡¡ No nos hagas esto mamooonnnnnazoooooo...¡¡¡¡
Ponte a escribir la segunda parte, pero YA ¡¡¡

(Buena argumento y mejor redaccion)

Anónimo dijo...

Joder Carlos¡

No sabría interpretar este relato.
Muy bien llevado y la tensión se sale de mi portátil.
Un placer leerte, como siempre.

Anónimo dijo...

da gusto salir a correr, como lea esto darth, te cargas su horario.

saludos.

Anónimo dijo...

No les hagas caso, así está perfecto el relato. El que quiera saber de qué se trataba, que espere un día de niebla y se adentre en el bosque.

Syl dijo...

Acojoná me has dejao!!!...y eso que te he ido leyendo en 3 ratos distintos, que todo de una no me dejaban!!!...

me ha gustado mucho como lo has escrito...pero eso sí...tipo coitusinterruptus, cacho perro!!!

¿fue un hostiazo contra el árbol y se acabó?...

besitos.

Anónimo dijo...

El relato es magnífico, va pasando sutilmente de una situación equilibrada y bellísima al terror.

Pero...

No se lo des a leer a alguien que se está iniciando en esto del correr.

Muy muy bueno.

Carlos dijo...

Bueno, pues gracias a tod@s por vuestras opiniones y me alegro de que os haya gustado.

Lamento desilusionaros, pero no hay "final conocido" para la historia. Hubo varios danzando en mi cabeza, pero como Uros, pienso que así queda mejor. En la realidad muchas veces no está claro si el origen de nuestros miedos es real o fruto de nuestra imaginación, y cualquier final, al menos los que barajé, tendría que decantarse por una u otra opción.

Muchas gracias de nuevo. ;-)

Lander dijo...

¡¡¡ Que susto chachoooo ¡¡¡¡
como siempre un placer leerte maestro.

sega dijo...

Si fuera un video, se llamaría algo así como:
"La bruja de Blair se pasea por Avila" ;-)

Pues sí que me animas, ahora que en cosa de un mes tengo que empezar a rodar de noche para preparar una carrerita de montaña especial q tengo pendiente.

Como penitencia, vete a ver "30 días de oscuridad" :-)

mayayo dijo...

Si fuera un video, se llamaría algo así como:
"La bruja de Blair se pasea por Avila" ;-)

Pues sí que me animas, ahora que en cosa de un mes tengo que empezar a rodar de noche para preparar una carrerita de montaña especial q tengo pendiente.

Como penitencia, vete a ver "30 días de oscuridad" :-)

Alfonso dijo...

Jo, ¡ qué miedo ! Menos mal que ya hay luz en mi parque. No sé por qué, me ha parecido una metáfora de la señora que por más que corramos siempre nos alcanza... También pensé que se iba a oír en el claro la voz de un niño, diciendo: ¡Papá, papá, toma tus llaves y dame las de mamá!

Anónimo dijo...

No me jodas que te lo has cargado, muy bueno Carlos.


Pd. Micra por que te crees que no entreno en la CdC y me voy al Parque del Oeste, porque soy un cagón.


Darth

Anónimo dijo...

Muy bueno. Por un momento creía que la solución a la angustia sería una revelación real y cómica pero... jodo! Desvela la conclusión hombre :)

anita (la gurisa) dijo...

Uff Carlos, que bueno que está! si me tuviste atrapada como el pobre hombre en la niebla...

y el final está buenisimo! yo lo dejaría asi, cada cual en su cabecita lo sigue... jejeje

un beso grande!

Amig@mi@ dijo...

Repito todo lo dicho en "la huida", pero además estoy con el resto en que no hay derecho a que nos quedemos sin un final.
Deberías haber inventado algo.
jaja
Sería la crisis, que ya mordía por entonces.
Besos y repito
NARRAS MUY BIEN

Carlos dijo...

No Montse. Este relato acaba aquí. Muchas gracias guapa. ;-)