Desde que cree este blog he seguido el criterio de no detallar en exceso mis entrenamientos. En parte porque quiero que este espacio sea algo más que un mero registro de los mismos, y en parte porque no quiero asumir la vergüenza pública de relatar las sesiones de lo que yo denomino "mi anarcoplan", en el que el trabajo previsto muy a menudo se sustituye por el trabajo apetecible en ese momento.
No obstante de vez en cuando hay que hacer una excepción, y hoy es el día.
Como ya he contado antes, estoy saliendo a correr muy temprano, sobre las siete y cuarto de la mañana, con lo que el cambio horario ha supuesto que inicie mis carreras completamente de noche.
Hoy en Avila a esa hora rondábamos los dos grados. Llovía con suavidad, (lluvia que a lo largo de la mañana se ha convertido en nieve), y la oscuridad se hacía más profunda por una tenue niebla que difuminaba aún más las siluetas que de por sí ya apenas se adivinaban.
También he contado alguna vez que mi lugar favorito para entrenar es un pequeño bosquecillo de fresnos cercano a mi domicilio, y hacia allí me he dirigido.
En apenas diez minutos había desaparecido todo rastro de luz artificial, y aún tardaría en adivinarse la del alba.
Durante unos cientos de metros el camino es ancho y brilla tenuemente, con un reflejo fantasmagórico de la luz de la ciudad que iba quedando a mis espaldas y que contrastaba con la vegetación circundante, que, húmeda, traga cualquier atisbo de claridad. Poco a poco ese brillo va disminuyendo, a la par que la anchura del camino, convertido ahora en una simple vereda incrustada entre venerables fresnos, no desmochados en años, cubiertos en parte de musgo y líquen.
Al acercarme a la ribera del río la niebla se hace algo más espesa, ocultándome casi completamente el suelo que piso. Es una zona que podría recorrer con los ojos cerrados después de treinta años de zapatearla. Conozco cada metro de ella, cada raíz que cruza por el sendero. He visto crecer los plantones de hace veinte años, convertidos ahora en altos y frondosos chopos. He sido testigo de cómo antiguas veredas han caído en el olvido al cerrarlas un tronco caído, y como ha surgido una nueva unos metros más allá. He visto al agua morder la orilla del río, arañando unos centímetros cada año en los meandros, derribando árboles que tardan varias temporadas de lluvia en caer, mientras que sus retoños medran en la orilla opuesta, de donde esas mismas aguas se van retirando con el paso del mismo tiempo.
Hoy la niebla y la noche le daban a este lugar un ambiente especial, sugerente y lleno de misterio. Mis sentidos se han agudizado hasta el extremo. La mezcla del frío, la lluvia, la oscuridad..., me hacían estar alerta, atento, en un remedo de aquel instinto básico, tan apagado en el hombre actual, como es el instinto de supervivencia frente a una naturaleza que se antoja hostil.
El bosquecillo acaba en unos tres kilómetros y salgo a la carretera. Aquí ya se distinguen con claridad formas y colores. El alba apunta en el este, a mi espalda, aunque el día va a ser, está siendo, completamente encapotado. Respiro hondo, casi con ansia, el olor a hierba mojada de las praderas que flanquean esta parte de la carretera comarcal, estrecha y solitaria. Mi circuito me lleva casi hasta la entrada de El Fresno, un pueblo cercano a Avila. En la rotonda de entrada giro para completar mi circuito. Estoy de vuelta, encarando el amanecer, y el ligero viento, que hasta entonces me empujaba, ahora me envía la lluvia al rostro. La sensación es vivificante y fresca. Respiro y respiro...
Me encuentro bien. Vivo. En una granja cercana un gallo canta. Su canto resuena en mi interior, sacando a relucir una melodía...
"El sonido de los días de feria
ya se oía a un kilómetro del pueblo
y un extraño acento en el hablar
de los que halló por el camino..."
Estoy rodando fácil, sin forzar. Mis piernas responden. Mi corazón late sin agobios. Canturreo.
"...y un jovencito de broma peligrosa
haciendo gala del orgullo local.
De los que dan dinero por la noche
para que nunca termine su canción
para que sude el músico ambulante
su condición de vagabundo"
Sigo corriendo. Los escasos coches se preguntarán qué hace un loco a esas horas con la que está cayendo, en medio de la nada a la que forzosamente ha llegado saliendo de noche.
"y mientras tanto corría la sangre
en la plaza como un vino común
y las plumas de los gallos
en el aire volaban aún"
Aumento el ritmo. No demasiado. Hoy no hay agobios. Hace tiempo que no miro el crono ni el pulsómetro. No es el día para ello. Hoy sólo toca disfrutar.
"el músico ambulante se agarró del vaso
y sintió que flotaba en la luz artificial,
apuró el trago de madrugada
Un borracho imitaba el Canto del Gallo"
Abandono la carretera y vuelvo a entrar en mi bosquecillo de fresnos, ahora sin niebla, con los magníficos y saturados colores que produce un día de lluvia, y sigo cantando en mi interior.
"Y sintió la alegría del olvido,
y al andar descrubrió la maravilla
del sonido de sus propios pasos
en la gravilla".
Esta canción, El Canto del Gallo, de Radio Futura, no podía terminar mejor.
5 comentarios:
hermosa canccion y hermoso entrene el que tuviste!
Pues sí, Ana. La lástima es que no nevara hasta después, pero con ganas me quedé de volverme a enfundar la malla y salir de nuevo...
Un saludo. ;-) :-)
Me asustastes. Pensé que ibas a escribir una entrada ladrillo como las mías de puro entrenamiento, pero te ha quedado un entrada muy hermosa y literaria.
Saludos
ya veoq ue no sólo es en valaldolid donde hay nieblas...
cómo me gustaban radio futura!!! qué tiempos dios!
He llegado a tu blog porque llevo todo el finde obsesionado con esa canción... Curiosamente, el sábado salí a entrenar [en bici] y las más de 7 horas que estuve sobre ella me las pasé cantando "El canto del gallo", de Radio Futura. Me alegra ver que no soy el único al que le pasa ;)
Un saludo y buenos entrenos ;)
www.carlosvega.net
Publicar un comentario