Vengo del blog amigo de Merak.
En esta entrada relata su entreno de ayer, con pésimas condiciones atmosféricas: un temporal de viento y agua azotó ayer buena parte de Castilla y León, y aquí en Avila yo también me llevé lo mío, pero no fue nada comparado con aquel día...
Fué como hace siete u ocho años. Finales de agosto primeros de septiembre. Tiempo bochornoso y gruesos cúmulo-nimbos con forma de champiñón creciendo durante el día.
A eso de las tres y media de la tarde salí a correr. Como he comentado alguna otra vez, suelo hacerlo por un bosquecillo de fresnos cercano a mi domicilio. Cuando entraba en él me crucé con un amigo que salía. Tan sólo cambiamos esas pocas palabras apresuradas del que va controlando pulso y ritmo, pero le dió tiempo a advertirme sobre la tormenta que se avecinaba.
No obstante nunca he sido excesivamente miedoso, y una tormenta no iba a hacerme perder una carrera, así que con una media sonrisa condescendiente saludé a mi amigo y seguí adelante.
No había completado más de un par de Km. cuando de repente se hizo de noche. El viento que hasta entonces había sido tan solo molesto comenzó a ulular entre las copas de los árboles, cuajados aún de hojas. Comenzaron a caer ramas, alguna de las cuales, por fortuna no demasiado grandes, me golpeó. El aire pareció espesarse, como nublado por una mezcla de polvo y humedad, y gruesas gotas comenzaron a golpetear duramente mi rostro. A la velocidad con la que se estrellaban contra mi cara era difícil mantener los ojos abiertos.
Bruscamente un trueno desgarró el aire. No me había percatado del relámpago, pero el atronador sonido, como de roca desmenuzada me hizo recapacitar y decidir que no merecía la pena correr riesgos, así que me dí la vuelta. Por delante casi cuatro Km. hasta la ciudad. En cuestión de minutos la tormeta se convirtió en un verdadero vendaval, una de las peores de los últimos años en Avila. Los rayos comenzaron a acercarse, disminuyendo peligrosamente el retardo entre el relámpago y el trueno.
Comencé a sentir miedo. Un miedo real y tangible. Sistemáticamente contaba el tiempo que mediaba entre el fogonazo de luz y el estampido que le seguía: uno, dos, tres..., sólo un kilómetro..., ahora otro: uno, dos, tres, cuatro, cinco..., este ha sido más lejano.
De repente, de frente a mí y algo a la izquierda, en la otra ribera del río, un destello. Apenas me dió tiempo a encogerme, en un acto reflejo de autoprotección. Mis manos no llegaron a tapar mis oídos antes de que a estos llegara el latigazo de un ruido seco, violento, como un disparo.
Durante unos segundos estuve allí, agazapado, escondido, sintiendo la lluvia y el viento en mi espalda, oliendo de tan cerca que la tenía, la hierba mojada bajo mis pies. Mi respiración entrecortada, mis manos aún tapando mis oídos. Cuando la idea de lo que había pasado fue penetrando poco a poco en mi mente, apartando al puro instinto, poco faltó para que llorara de miedo.
A unos cien metros de donde me encontraba hay una caseta que protege un pozo del que se extrae agua para riego en épocas de escasez. Hacia allí me dirigí en la confianza de que estaría más protegido que debajo de cualquier árbol, y allí permanecí durante casí media hora hasta que los cada vez más escasos rayos no fueran una amenaza.
Ayer, en cuanto oí el primero, me dí la vuelta. Correr por la ciudad no tiene el mismo encanto, pero si puedo no volveré a pasar por una experiencia como aquella.
No obstante nunca he sido excesivamente miedoso, y una tormenta no iba a hacerme perder una carrera, así que con una media sonrisa condescendiente saludé a mi amigo y seguí adelante.
No había completado más de un par de Km. cuando de repente se hizo de noche. El viento que hasta entonces había sido tan solo molesto comenzó a ulular entre las copas de los árboles, cuajados aún de hojas. Comenzaron a caer ramas, alguna de las cuales, por fortuna no demasiado grandes, me golpeó. El aire pareció espesarse, como nublado por una mezcla de polvo y humedad, y gruesas gotas comenzaron a golpetear duramente mi rostro. A la velocidad con la que se estrellaban contra mi cara era difícil mantener los ojos abiertos.
Bruscamente un trueno desgarró el aire. No me había percatado del relámpago, pero el atronador sonido, como de roca desmenuzada me hizo recapacitar y decidir que no merecía la pena correr riesgos, así que me dí la vuelta. Por delante casi cuatro Km. hasta la ciudad. En cuestión de minutos la tormeta se convirtió en un verdadero vendaval, una de las peores de los últimos años en Avila. Los rayos comenzaron a acercarse, disminuyendo peligrosamente el retardo entre el relámpago y el trueno.
Comencé a sentir miedo. Un miedo real y tangible. Sistemáticamente contaba el tiempo que mediaba entre el fogonazo de luz y el estampido que le seguía: uno, dos, tres..., sólo un kilómetro..., ahora otro: uno, dos, tres, cuatro, cinco..., este ha sido más lejano.
De repente, de frente a mí y algo a la izquierda, en la otra ribera del río, un destello. Apenas me dió tiempo a encogerme, en un acto reflejo de autoprotección. Mis manos no llegaron a tapar mis oídos antes de que a estos llegara el latigazo de un ruido seco, violento, como un disparo.
Durante unos segundos estuve allí, agazapado, escondido, sintiendo la lluvia y el viento en mi espalda, oliendo de tan cerca que la tenía, la hierba mojada bajo mis pies. Mi respiración entrecortada, mis manos aún tapando mis oídos. Cuando la idea de lo que había pasado fue penetrando poco a poco en mi mente, apartando al puro instinto, poco faltó para que llorara de miedo.
A unos cien metros de donde me encontraba hay una caseta que protege un pozo del que se extrae agua para riego en épocas de escasez. Hacia allí me dirigí en la confianza de que estaría más protegido que debajo de cualquier árbol, y allí permanecí durante casí media hora hasta que los cada vez más escasos rayos no fueran una amenaza.
Ayer, en cuanto oí el primero, me dí la vuelta. Correr por la ciudad no tiene el mismo encanto, pero si puedo no volveré a pasar por una experiencia como aquella.
4 comentarios:
yo tampoco soy moedoso, carlos... pero cuando los elementos se ponen así uno se da cuenta de que la cosa va en serio, que no e suna película. Ayer fue el peor entrenamiento de mi vida.
lo que me pasó fue que cuando la cosa se empexó a poner fea, estaba a unos 10kms de casa
abrazos
Yo no tuve rayos, pero si un viento molesto y acabe hasta arriba de agua. Ademas hubo un tramo en que el agua golpeaba con fuerza en la cara.
Asi pues, fin del entrenamiento con 40'
y si la verdad que no vale la pena arriesgarse, hiciste muy bien...
Se me pusieron los pelos de punta con tu cuento de la experiencia anterior!!
Carlos, lo mejor es darse la vuelta, una vez por Levante me pilló un tormentón de los que se gastan por allí y nunca he corrido más deprisa en mi vida.
Me voy corriendo al blog de Merak a ver que le ha pasado.
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