sábado, 29 de junio de 2013

Camino, etapa 0/8. El preámbulo.

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No podía suponer las experiencias que iba a atesorar en esos pocos días a caballo entre Navarra y La Rioja. Pocos, demasiado pocos para como los acabé disfrutando. Esperaba soledad, introspección, relax, paz… después de estos azarosos últimos años que he vivido. Y sí, lo he encontrado, pero también he llorado de risa, me he divertido, he coleccionado docenas de anécdotas, he sufrido por algún incidente de algún compañero, he conocido gente, mucha gente, no sólo españoles: ingleses, neozelandeses, mejicanos, norteamericanos, franceses, surafricanos, italianos, suizos… Incluso un tipo tirando a arisco como yo, se ha traído un buen puñado de direcciones de correo y teléfonos de buena gente con la que he compartido esos demasiado pocos días. Y alguno de los dueños de esos correos y teléfonos se ha quedado a cambio con un trocito de corazón.

Alberto, mi cuñado, compañero ya de unas cuantas salidas montañeras, y uno de los tipos más sociables que conozco es en buena parte responsable de estos estupendos días en su calidad de ideólogo de la excursión, así que junto con otros dos buenos tipos como José y Dani, compañeros suyos de trabajo a los que conocía también de alguna otra escapadita, el pasado día 14 de junio nos presentamos con las mochilas llenas a partes iguales de calcetines, calzoncillos limpios, ilusión y buen rollo en la Estación de Atocha para coger un tren a Pamplona.

La expedición completa en la Estación de Atocha.

En Pamplona. La foto nos la hizo un amante del camino al que le pedimos que nos retratara por casualidad.

Una vez en la capital navarra tuvimos tiempo de comer y dar una pequeña vuelta por la ciudad, que volveríamos a pisar en un par de días con más calma, ya que ahora debíamos coger el autobús que nos llevara a Roncesvalles.

¿Es éste el andén José?

¿Es éste el autobús a Roncesvalles, José?

Pues sí, parece que sí, pero…

¿En Pamplona no hacía sol y calor, José?

El albergue de Roncesvalles, además de estar enclavado en un paraje privilegiado,  tiene unas magníficas instalaciones, con cama individual (cosa que no vimos en el resto de los que utilizamos), mucho espacio, pequeño armario privado con llave... Aquí debo confesar que me sorprendió algo que desconocía: todas las zonas de los albergues, al menos en los que nosotros hemos pernoctado, son comunes, es decir, que se comparten por hombres y mujeres, incluso duchas y baños. Es algo que asumes con naturalidad una vez que ves que el resto también lo hace.

Unas cuantas fotos del albergue.

En Roncesvalles tuvimos algo de tiempo para visitar su Colegiata de Santa María (la primera de las muchas hermosas Iglesias vistas en los siguientes días) y las Capilla de Santiago y la Capilla de Sancti Spiritus, éstas sólo por fuera.

Capilla de Santiago.

Imagen de la Colegiata de Santa María. Me impresionó el peregrino que rezaba. Cada cual tiene sus motivos para hacer El Camino, sus agradecimientos o fantasmas, sus alegrías a compartir o cosas que olvidar. El se mantuvo en todo momento en ese gesto robado, quizá impúdicamente, por mí. Fueran cuales fueran sus motivos debían ser poderosos.

Vale, somos poco originales: todo peregrino que pase por Roncesvalles a buen seguro tiene una foto parecida, pero al final de nuestro pequeño periplo tenía claro que algún día recorreré El Camino completo del tirón. Más pronto que tarde. Prometo.

Una vez vuelva de vacaciones quería escribir varias entradas, quizá una por etapa, más que como guía útil, como reflejo de mis experiencias y reflexiones de ese día. De momento aquí dejo el álbum completo con parte de las fotos que he hecho. No seáis muy crueles. La mayoría están tomadas sobre la marcha, sin tiempo para pensar ni casi para configurar la cámara…