miércoles, 29 de abril de 2009

Por la boca…

Un amigo me pasa el enlace a este vídeo. Voy a intentar ser totalmente aséptico y no juzgar ideologías. Los protagonistas son meramente casuales y perfectamente podrían haber sido sus contrarios. Simplemente me parece un extraordinario ejemplo que ilustra al menos un par de los muchos y sabios decires de nuestro refranero.

Así, a bote pronto, y acabando con el título de esta entrada, “por la boca muere el pez”. Pero hay más, “una cosa es predicar y otra dar trigo” o “ver la paja en ojo ajeno y no la viga en el nuestro”, y seguro que a vosotros se os ocurren muchos más…

¡Ay Pilar, Pilarica…!

domingo, 26 de abril de 2009

Crónica de un rodaje largo.

dsc06573e

Mi decimotercer maratón se estaba haciendo mucho de rogar después de no poder participar en el Maratón de San Sebastián por la estúpida lesión autoprovocada en Canillejas, ni en el Maratón de Sevilla por la enfermedad de mi esposa. Y cuando llegó lo hizo con paso quedo, sin fanfarria anunciadora ni épica final. Deslizándose en mi memoria y en las estadísticas de este blog con la suavidad con la que lo hicieron los calcetines sobre mis pies embadurnados de vaselina ayer por la mañana y dejando de su paso poco más que el reflejo del cambio de cifra en el lateral, que por fin se convierte en trece.

El plan era hacer un rodaje, la última tirada larga antes de Las 24 Horas de Torrejón, y eso ha sido. Con avituallamientos, buena compañía, kilómetros medidos y una pizca más de ilusión por correr entre miles de atletas, pero sólo un rodaje. Así que si esperáis leer una crónica tejida con emociones y sentimientos, mejor id a otro blog, que hoy, "el día después", internet estará trufada de esfuerzos encomiables y afán de superación, que habrán producido, a partes iguales, éxitos contra todo pronóstico y estrepitosos fracasos. Habrá dolor y lágrimas a raudales, alegría y desesperanza... Pero hoy, y aquí, no toca.

Acerqueme a los madriles el sábado tarde, después de que la enésima celebración del cumpleaños de mi hijo y unos cuantos lloros a mi madre dejaran en mi barriga varios enormes trozos de una tarta casera que ella solía hacer cuando éramos niños. Una tarta que trajo a partes iguales evocadores recuerdos de hace cuarenta años y una pesadez de estómago agravada por la "ensalada" que mi queridísima hermana preparó para la cena, a la que a duras penas, (pero con gran placer pues estaba exquisita), le hice hueco. Bueno, dos huecos, separados por un choricito amorcillado regalo de su suegra que quitaba el sentido. Es lo que tiene la falta de tensión: que te relajas y te olvidas de lo más elemental. Ayer por la mañana mi estómago seguía trabajando duro para conseguir asimilar tanta y tan deliciosa comida. Aún así, recién levantado, y mientras venteaba el cielo aún oscuro y nublado del foro, trasegué un buen trozo de pan con leche y azúcar.

Mi cuñado que me acerca a la salida con tiempo de sobra. Dejo la bolsa en los camiones-guardarropa, y sin prisas subo hacia la puerta de la Biblioteca Nacional, donde he quedado con los amigos del foro. Foticos, (la que encabeza la entrada gracias a Marta, la esposa de Jordan), comentarios, buenos deseos, unos cuantos chascarrillos... La gente que va desapareciendo en relación directamente proporcional a su marca pretendida, (antes cuanto más rápida), y casi a las nueve en punto, como corresponde a los últimos del grupo, Carlos Darth Vader, José Corredor del Cañamares y un servidor, se colocan donde les corresponde: detrás del globo de las cuatro horas y media, al que nos conjuramos en no adelantar en ningún momento.

Hace fresco. Quizá para los no esteparios incluso frío. Sobre ocho o nueve grados, muy nublado, con mucha humedad y algo de viento. Buen día para correr. Salimos con nuestro trotecillo alegre cual corderitos Demasiado alegre porque esta pareja se me embala Castellana arriba. Comienza a llover, una lluvia fina y molesta, pero que en los primeros kilómetros no perjudica en exceso. Más adelante hubiera sido un problema. Llegando a las torres de la antigua Ciudad Deportiva del Real Madrid me fijo en un ciclista y su cámara. A la que se gira reconozco en él al maestro Santi, al que apenas puedo saludar unos instantes, pues tanto José como Carlos, que habían hecho una "parada técnica", pronto nos sobrepasan. Un placer conocerte aunque fuera tan fugazmente.

El recorrido este año ha cambiado, (otra vez, y van...), y gira, en un merecidísimo homenaje, alrededor de ese templo del fútbol mundial que tantas noches de gloria ha dado al deporte patrio, que es el Santiago Bernabéu. Emocionadas lágrimas rodaron por los rostros de los corredores, rendidos ante la magnificencia de esos muros, cuajados de gestas heroicas e historia viva de este país mientras José entonaba con toda la fuerza que sus pulmones le permitieron, (y buena voz, hay que decirlo), el himno del Barcelona, (enterito, grito de ¡BarÇa, BarÇa!, incluído), en un dignísimo acto de respeto por su parte ante el dominador del fútbol mundial de todos los tiempos. Gracias por el detalle José.

Unas cuantas vueltas y revueltas por la parte alta de Madrid después, enfilamos hacia la Puerta del Sol. Carlos ha comentado un par de veces que su gemelo le está dando guerra, (ha estado unos días sin entrenar), y decide dejarnos al final de la Calle Mayor. Ahora puedo confesar que yo tampoco las tenía todas conmigo. ¿Recordáis la pata de ganso de la pata de un ganso?. En los últimos días las molestias habían vuelto, haciéndome tomar incluso antiinflamatorios. No comenté nada en el foro ni en el blog para evitar ser acusado de cagón, pero en esos momentos, viendo todo lo que quedaba por delante, me surgían las dudas. Sin embargo el runrún se quedó en eso, y hoy no molesta más que antesdeayer, aunque la prudencia obliga a visitar al fisio.

José y yo bajamos cota hasta la Casa de Campo. Esa parte del maratón deliciosa de correr si vas simplemente a disfrutar de él, pero que se convierte en una tortura por la falta de público sin vas a disputarlo. Al entrar siento algo que nunca me había ocurrido. Supongo que al ser un espacio con mucha vegetación, la ya de por sí húmeda atmósfera se carga aún más y por unos minutos tengo sensación de agobio y de falta de aire. Dura poco y mi mente de fotógrafo aficionado lamenta no poder dedicarle unas horas a intentar plasmar esa belleza que tenéis en Madrid, realzada por la reciente lluvia.

La salida es emocionante, con mucha gente animando en la dura cuesta de la que no recuerdo el nombre, y mi partenaire no decae. Afloja algo el ritmo pero es de los que no paran. Y los kilómetros pasan. Los parciales que nos da la organización marcan una regularidad de metrónomo sólo rota en el último de ellos.

Llegando a la M-30 nos espera Lander, que ayer se hizo una buena tiradita ayudando y dando compañía a todos los amiguetes que por allí nos asomamos. Como vamos los últimos, se quedaría con nosotros hasta el final. Muchas gracias amigo. Y poco después también se nos suma Spanjaard, con el que José se enzarza en una sesuda disquisición sobre los distintos tipos de oveja merina, de la que sale claro vencedor. Como lo hizo con el maratón: aunque en los últimos kilómetros bajó mucho el ritmo no anduvo ni un solo paso y ni por un momento se me ocurrió que pudiera hacerlo. Un tipo con gran determinación al que agradezco mucho su más que agradable compañía y conversación.

En otra de las cuestas, creo recordar que justo antes de llegar a Atocha, oigo mi nombre. Me giro y una guapa chica me mira sonriente. Es Ana, a la que, como con Santi, le debo un rato más. Aún así fue un placer saludarte y "ponerte cara".

La meta en El Retiro, como siempre, emocionante. Creo que este año incluso hubo más animación que el pasado, y entre aplausos y ánimos no tengo más remedio que confesarle a Lander que me da vergüenza que nadie me aliente casi como un héroe por lo que estoy haciendo, y es que mis pulsaciones durante todo el maratón se mantuvieron estables a ritmo de rodaje suave, que es en definitiva a lo que había venido.

Resumiendo. Que una más para la estadística. Sin pena ni gloria en lo deportivo pero disfrutando a tope de cada paso.

Ahora, a pensar en las 24, que eso ya es más serio. Ahí igual si suelto algo de épica...

miércoles, 22 de abril de 2009

Atentooosss, firmeeesss… ¡Ar!

image

Carlos, que te lo he dicho muchas veces: que no te enteras de nada, que mucha filosofada, mucha disquisición acerca de esto del correr sano, mucho buen rollito, y al final te llegan las carreras que no te te das cuenta, y no sería la primera vez que tu esposa te llama a la salida de una de ellas diciéndote: “oye, ¿para correr no te deberías haber llevado las zapatillas…?” (Testigos tengo de este sucedido que afortunadamente se pudo solucionar con unas Asics prestadas, eso sí, un número inferior del pinrel que servidor se gasta, cosa que pagó por zoquete con la pérdida de un par de uñas).

Pues eso, que este domingo llega el Mapoma, y me he hecho el firme propósito de, al menos, no olvidarme de nada. No será fácil. Tengo pensado hacer una lista, como en los viejos tiempos: vaselina, (para la entrepierna, pero no precisamente ahí se os va vuestra mirada sucia, guarrones…), dorsal, chip, esparadrapo… Tendré que repasar.

No obstante lo importante ya está “apañao”: tengo ritmo-objetivo de salida, (y espero que de llegada), y buena compañía. Saldré con mi tocayo y sin embargo amigo Darth Vader, al que siempre acompañan las fuerzas, (chiste malo por el que le pido disculpas), con el firme propósito de no irnos bajo ningún concepto por debajo de las cuatro horas y media. Un paseo, vaya.

Una vez pasada la frustración de no haber podido intentar las tres horas cincuenta en Sevilla, mi habitual anarcoplan ha derivado directamente en una total y absoluta falta de él. He corrido poco y sin pensar, procurando simplemente disfrutar de cada paso, tomándome las carreras, (que eso sí, han caído unas cuantas), de una forma tranquila. El otro día, en el foro, Yoku se preguntaba cómo me presentaba en la salida con tan pocos kilómetros en las piernas. Me ha dado por mirar el bagaje de estas semanas desde el fallido maratón de Sevilla,  y han sido tal que así: cuarenta y seis, treinta y siete, sesenta y seis, veintitres, cuarenta y tres, treinta, veintiséis, cuarenta y dos… Aún así, suficiente para esas cuatro horas y media. A favor además, como le matizaba a Yoku, que aún vivo de las rentas de la preparación para Sevilla, y me encuentro relativamente bien, quizá incluso para atacar las cuatro horas.

Este año, como todos, a estas alturas por foros y blogs se respira tensión, nervios de última hora, lesiones inoportunas. Recuerdo a Lander justo ahora hace un año, preguntándose y preguntándome por mis recuerdos del primer maratón, y aunque mi desorganizada mente no pudo temporizarlos adecuadamente, escupió sin embargo una mezcolanza de imágenes y sensaciones que plasmé en esta entrada, de la que entresaco estos párrafos, con la esperanza de que mi modesta experiencia pueda servirle a alguno de los que esto lea, y pidiéndoos por favor, que en cualquier caso lo disfrutéis, que total, sólo es una carrera:

“Por aquel entonces yo salía a correr tres o cuatro días por semana. Siete, diez kilómetros, dependiendo del tiempo libre, de las ganas de ese día... El correr te hace conocer gente y con algunos de ellos trabas una incipiente amistad. Un buen día, bajando por uno de mis circuitos preferidos, veo unos cien metros por delante a Pepe, uno de esos amigos sobrevenidos a través de este mundo del correr y que con el tiempo se ha convertido en una persona entrañable para mí. Aprieto a ver si lo cojo, pero él hace lo mismo, está terminando su entreno y lo quiere hacer fuerte. Al final logro alcanzarlo..., cuando él paró. Brevemente charlamos mientras nuestros corazones vuelven a la calma. Yo tengo en ese momento treinta y siete años y le digo medio en serio, tres cuartos en broma, que antes de los cuarenta quiero correr un maratón. "Nosotros vamos a hacerlo este año..."

Siempre he sido un facilón. ¿Valiente?, ¿inconsciente?. No he corrido más que un par de medias en mi vida, pero allí, en enero de 2000, en un día cálido para la fechas en las que estábamos, nada más de que Pepe acabara de trasladarme sus planes, supe que el próximo Mapoma me tendría entre sus inscritos.

Quizá hice una media de cuarenta kilómetros semanales, no más. Sin planes, sin método, sin conceptos claros, sin saber qué era realmente un maratón... Ninguno del grupo había corrido nunca ninguno. Todos éramos corredores muy modestos, y todos acabamos muy por encima de las cuatro horas. Recuerdo que ese día todo fue una aventura: aparcamos los coches en el parking de la Plaza de España. Ya vestidos cogimos el metro hacia la salida, y de repente, allí estábamos, respirando ambiente atlético del bueno. Viendo mezclados corredores de toda condición, observando con la ingenuidad y curiosidad de la primera vez cómo se comportaban "los que sabían". Nosotros deambulábamos de aquí para allá sin tener muy claro qué es lo que debíamos hacer. El tiempo transcurrió lento hasta la hora de la salida, pero cuando esta llegó, estalló la fiesta. No se cómo se vive ese momento en la cabeza de la carrera, pero al final es una descarga de adrenalina brutal: por fin llega el momento de empezar a hacer aquello a lo que has venido, de jugar tus cartas esperando que esta vez sí, esta vez consigas esquivar las trampas que el maratón, (o la maratón, que nunca lo he tenido claro), te va a tender.

La riada de gente Castellana arriba es impresionante. Los nervios, relajados por la salida se tornan en risas, chistes y bromas. Durante los primeros kilómetros corres casi codo con codo con otros corredores. Eso dura poco. Al cabo de un tiempo los chascarrillos van cesando, las miradas se vidrian y cada uno va buscando su sitio. Nosotros habíamos decidido correr juntos la mayor parte del recorrido. Una vez que el maratón llegara a su mitad, allá por el kilómetro treinta o treinta y cinco, cada uno buscaría su ritmo. Hasta ese momento el maratón fue una sucesión de sensaciones: recuerdo especialmente el sonido de las zapatillas contra el asfalto, el olor a geles, linimentos y sudor. El paso por la Calle Fuencarral, donde siempre sonaba la canción de Carros de Fuego que conseguía ponerte un nudo en la garganta, el paso por la Puerta del Sol, con un muro de gente aplaudiendo. Las primeras molestias en los cuádriceps al entrar en la Casa de Campo. La soledad, el miedo, las dudas, la falta de confianza en las propias fuerzas al enfrentarte a distancias que nunca habías superado. El dolor en que se convierte las primeras molestias con el paso de los kilómetros. El atisbo de pánico cuando compruebas que esos kilómetros no miden igual que al principio. Los abandonos, la gente andando. Los aplausos que te impiden aflojar el ritmo. El agua que no calma la sed, las glucosas que te producen aún más. El dolor que se convierte en un dolor aún mayor. Las ganas de abandonar. Las preguntas sobre porqué no lo haces. El kilómetro cuarenta en el que pensabas que ya no dudarías, pero en el que sabes que aún es posible el fracaso. La tortura del tiempo detenido, del correr hasta aquel árbol, hasta la siguiente esquina..., donde la calle gira y sube, arriba, cada vez más... y el kilómetro cuarenta y uno, y ya sí. Ya llegas, seguro, y la gente, los aplausos, los ánimos, ¡Dios cómo os quiero!, y el ánimo renacido porque es posible, porque sabes que lo vas a lograr, y porque ves que aunque el reloj sigue corriendo lento, y que la siguiente farola parece no acercarse, de tu interior más profundo empieza a surgir un resto de energía para cruzar la meta, y el kilómetro cuarenta y dos, y los adoquines del Paseo del Prado, una última prueba antes del arco que nunca llega, que parece retroceder. Y la emoción, las lágrimas a duras penas contenidas porque has visto cosas en tí que no sabías que existían. Porque te has enfrentado a tus miedos y los has vencido. Porque te conoces mucho mejor que hace unas horas. Porque has crecido como persona. Porque eres más fuerte y sabes que a partir de ahora los problemas los encararás de otra forma. Ahora sabes, ahora conoces. Has mirado al miedo a la cara y lo has vencido.

Cruzas la meta. Tu cuerpo desconecta. Tus piernas trastabillan. Te abrazas con tus compañeros. El dolor vuelve. Has vencido, sí, pero tienes que pagar, y el precio es ese dolor. Pero ya no importa. Como un zombi avanzas por la cola de las bolsas del corredor. La recoges, bebes, comes, estiras. Te vuelves a abrazar a tus compañeros. Ves a los que llegaron antes, preguntas por aquellos a los que no encuetras. Esperas al resto. Un momento de sensatez te hace prometer que no volverás a someter a tu cuerpo y tu mente a esa tortura. Nunca más..., hasta el año siguiente.”

Releyendo recuerdo a Pepe, al que cito al principio del texto, un buen amigo que nos ha dejado recientemente. El es culpable en parte de lo que soy como corredor y como persona. Un abrazo amigo, allí donde estés.

jueves, 16 de abril de 2009

De errores y malos escritores.

mapoma08

¡Qué se le va a hacer!, he cometido un error, y vengo a intentar enmendarlo antes de que sea demasiado tarde.

Releyendo mi ácida y amarga entrada de ayer, (de la que por otra parte no quito ni pongo una coma), y el comentario de Rafa a la misma, me doy cuenta de que no sólo puede no ser bien entendida, (mal menor y perfectamente asumible para un mal escritor como yo), sino malinterpretada, y eso sí me dolería. Así que vamos a dar alguna que otra explicación…

Todo tiene su origen en un hilo del foro en el que el tema original derivó hacia lo sano o insano que es correr un maratón. La corriente dominante era que correr un maratón no era sano, cosa que siendo generalmente cierta, en mi opinión habría que matizar. Entre aportaciones más o menos interesantes a favor y en contra, y puesto que se invocaba la salud del corredor a la hora de limitar la participación en un maratón estableciendo una marca mínima acreditada para dejarle o no participar, yo hago mi modesta aportación, (copio-pego):

“Si de lo que se trata es de promover el deporte-salud y el atletismo verdaderamente popular yo vería más lógico exigir un certificado médico de aptitud.”

Después de docenas de respuestas, algo tan básico bajo mi punto de vista sigue sin ser tenido en cuenta, ni contestado, ni debatido… Eso sí, en sucesivas páginas del hilo se habla hasta la saciedad de cómo entrenar para mejorar nuestra marca, perdón, nuestra salud.

No voy a entrar en pueriles discusiones que no lleven a ningún sitio. Menos aún en el foro, (ves Ana, al final no soy tan valiente), donde tendría que enfrentarme cual solitario Quijote contra los gurús del foro y sus adláteres, pero aquí si quiero dejar clara mi opinión, abierta a todas las matizaciones, correcciones y sugerencias que le queráis hacer.

Lo primero es dejar claro que respeto muchísimo el cómo se quiera tomar esto cada uno. De hecho admiro a gente como David, mi amigo Malagueta, y tantos otros que son capaces de empeñar buena parte de su tiempo y fuerzas en mejorar como atletas. Es algo de lo que yo no he sido capaz nunca y que como digo me inspira un gran respeto por ellos, por tener una tenacidad y una capacidad de sacrificio que yo no tengo.

Dicho esto, afirmo: correr maratones puede ser sano, de hecho en mi caso creo que lo es. Mi marca realista en maratón, (en caso de competirlo), de acuerdo con mis entrenamientos, experiencia, posibilidades…, podría estar en torno a las tres horas cincuenta que hubiera intentado en Sevilla de no haber sido por la enfermedad de mi esposa, y me muevo con soltura alrededor de las cuatro horas sin excesivos problemas y sin necesidad de “entrenar” para ello. Pero más allá de las cuatro horas y cuarto el maratón se convierte para mí en un paseo largo. Nada más que eso. Esta obviedad de que yendo más despacio llegarás más lejos y con relativo poco esfuerzo es algo tan simple que a mucha gente, incluso atletas curtidos, le cuesta asimilarlo, pero no por ello deja de ser cierto. De hecho resulta que a esos ritmos, (media hora o más que mi marca posible en maratón), mi corazón late más despacio incluso que en la mayoría de mis muy lentas correrías. Más tiempo, sí, pero insisto mucho más lento. Si mis pulsaciones máximas según prueba de esfuerzo, rondan las ciento noventa y cuatro, mi pulso medio en maratón competido andan por las ciento sesenta y seis, ciento sesenta y ocho, en media sobre las ciento setenta y seis, ciento setenta y ocho, y en diez mil sobre unas ciento ochenta y dos, ciento ochenta y cuatro.

Pero yendo a cuatro horas y media, como en el pasado Mapoma, esas pulsaciones cayeron a ¡¡¡ciento cincuenta y seis!!!, prácticamente el pulso de tirada larga y lenta, que es en lo que se convirtió ese maratón. Esto me permitió correr en las 24 horas de Torrejón sólo quince días después y hacerme mis ciento dos kilómetros, y lo que me permitirá, salvo imprevistos, hacer este año los 50 kilómetros de Vallecas, el Mapoma, de nuevo las 24 horas de Torrejón, y el MAM. Todo en apenas tres meses.

Más argumentos. Se habla de correr un maratón, pero, ¿y los entrenos previos?. Correr un maratón es duro, sí, pero más lo es soportar las kilometradas de las semanas anteriores. Yo corro una media de cuarenta, cuarenta y cinco kilómetros semanales a lo largo del año, sin llegar prácticamente nunca a los sesenta, y casi todos de rodajes lentos de los que me recupero perfectamente. Pero para correr por debajo de las tres horas hay que someter el cuerpo a verdaderas salvajadas, cometidas muchas veces por gente que tiene que compatibilizar esas agresiones con familia, trabajo… ¿Es eso más saludable que lo que yo hago?, ¿soy menos digno que ese atleta, (que repito, tiene todo mi respeto), de correr un maratón?

En muchos de los que así opinan, y esto es una generalización injusta, lo reconozco, lo que subyace es ni más ni menos que el desprecio hacia los verdaderos populares: los que corremos porque sí, porque nos apetece, hasta donde nos apetece y casi siempre nos trae sin cuidado el tiempo que hagamos. A este tipo de corredores a los que en mi anterior entrada denominaba irónicamente como corredores “de verdad”, realmente les molesta ver como su carrera pierde caché cuando empieza a entrar gente que se toma esto como un divertimento, como una fiesta, banalizando de paso su propio esfuerzo.

Es gente que entra en meta como los descerebrados de la foto en el pasado Mapoma, en más de cuatro horas y media, perdiendo vida a borbotones, dejándose un par de años de ella por el camino. Nada más que os fijéis en sus crispados rostros, rotos por el dolor, sus miradas perdidas y vacías después de someter a su cuerpo y mente a una insoportable tortura. Pena me dan…

miércoles, 15 de abril de 2009

España camisa blanca…

131 2009_jpg copia

En esta Ejpaña, (raro país él, pardiez), con esa idiosincrasia tan genuinamente particular que produce derechas reaccionarias e izquierdas pusilánimes. En esta Ejpaña de revenidos señoritos andaluces a duras penas renegados del calificativo de amo, de las cabezas de ratón al frente de diecisiete reinos de Taifas. En esa Ejpaña profunda donde se usan los muertos en beneficio propio y se niegan los crímenes de estado. Sí, esta querida Ejpaña donde la mayoría de los lectores, a pesar del cuidado del escritor en no autodefinirse y de dar equitativamente a un lado y a otro, ya se me ha calificado y puesto etiqueta antes de llegar al final de la entrada en función de los propios pensamientos. En esta Ejpaña, decía, sepa usted que si es mayor, incluso sólo viejuno, gordo, sedentario de larga duración, fumador, o cualquier combinación de estas categorías, sepa que no es bien recibido por muchos corredores “de verdad” en “sus carreras”.

No importa que usted pague religiosamente su inscripción. Ni que el reglamento le permita llegar en un plazo determinado. Por supuesto, no se le ocurra esgrimir lo del deporte-salud, deporte-popular ni chorradas por el estilo. Sepa usted que o es un corredor “con marca” o para muchos, estorba en la carrera.

Le dirán que no es bueno para usted correr un maratón por encima de las cuatro horas. Que eso perjudica su salud más que hacerlo a tres treinta por kilómetro. No importa que su corazón lata despacio, tranquilo, a un ritmo que le permita recuperarse del esfuerzo en días cuando a los corredores “de verdad” les llevará semanas. No importa que esos corredores lleven meses de entrenamientos brutales, con kilometradas exageradas como su ego, henchido de vanidad por poder llevar a cabo un plan de corredor “de verdad”. No, le dirán que correr un maratón por encima de cuatro horas no es sano, aunque usted acabe con una sonrisa y se pueda despachar otro maratón en quince días. Dirán, vociferarán desde su púlpito que a usted deberían prohibirle correr maratón si no puede bajar de las cuatro horas, y si sugiere usted que mejor que la marca se le exija un certificado médico de aptitud para poder correr ese maratón, pues no le harán ni puto caso.

Pasión, muerte y crucifixión… Pero la peor prueba de Jesús fue sin duda predicar en el desierto… Ve usté, ya me ha vuelto a etiquetar…

PD1. Suena U2. No Line on the Horizon, pedazo de disco señores.

PD2. La foto es del pasado Cross de Cebreros. Allí dejan correr a cualquiera, ese gordo de mierda no tendría derecho a haber corrido más que uno de sus doce maratones. Curioso, el único en el que maldijo la hora en que se puso las zapatillas, el único en que fue corredor “de verdad”.

viernes, 3 de abril de 2009

De muros color verde esperanza…

OLYMPUS DIGITAL CAMERA

Hace unos días, en un cruce de correos, le confesé a una amiga mía que me encontraba tremendamente cansado, no ya sólo físicamente, sino mentalmente. Mi peculiar ritmo de vida, influido por los horarios de mi esposa y mi actual situación familiar, no sólo no me deja un minuto libre, sino que a veces me provoca un fuerte estrés. Ella, en uno de sus correos me sugería cariñosamente que dejara de lado algunas de esas actividades no fundamentales, (atletismo, fotografía, inglés…), y me centrara en lo verdaderamente importante. Dejando claro que lo verdaderamente importante es precisamente a lo que dedico casi todo mi tiempo, pues el resto son meras aficiones, también le comentaba que eran precisamente esas cosas las que me servían de válvula de escape para evadirme siguiera unos momentos de la realidad. Pero había algo más que también le confesé: mi cabeza nunca ha sido capaz de aceptar una retirada, ni siquiera cuando esta es de las “a tiempo”, y que según el dicho constituyen una victoria. Simplemente no puedo. Hay algo en mi psique que se niega a aceptar una rendición por más que el seguir adelante me lleve al desastre. Esto me ha provocado a veces algún problema, pero a cambio ha hecho crecer mi autoestima hasta el punto de no tener reparo en compartir estos pensamientos con todo el que por aquí se asoma.

Mientras redactaba mi correo una ilustrativa y recurrente imagen venía a mi mente: la del kilómetro treinta y cinco de un maratón, cuando las fuerzas fallan, cuando no hay recuperación posible, cuando eres dolorosamente consciente de todos y cada uno de tus músculos y de que aún te queda un mundo por acabar. Cuando llegan las dudas y los pensamientos negativos: ¿porqué no abandono?, ¿no estaré corriendo un riesgo innecesario?. Me resistí a usar el ejemplo pues ella no es atleta, y de hecho ni siquiera muchos atletas pueden entender esa agonía que produce el muro en un maratón cuando intentas correrlo a tope. Es algo que hay que sentir. Yo me he enfrentado ya muchas veces a él y nunca he abandonado salvo lesión. Ni en un maratón ni en los hasta ahora pocos ultras que he corrido. Y juro que a veces lo he pasado realmente mal, incluso he pasado miedo, pero ha sido cruzar esa meta que por momentos se antojó inalcanzable la que mejores sensaciones me ha dejado y me ha hecho creer aún más en mis posibilidades.

Primero fue la primera media, suplicando a todos los dioses no hacer demasiado el ridículo, luego el primer maratón, luego maratones en los que a la mitad ya tenía pinchazos en los cuádriceps, o los mareos y dolores de cuello en el kilómetro treinta de aquel Mapoma que se corrió bajo el fuego de un inclemente sol, y que me hicieron temer por un golpe de calor. Luego bajar de las cuatro horas en maratón en un día pésimo en el que valía bastante menos... Por un tiempo el maratón fue el límite, hasta que en tres semanas, bajo el hechizo de Spanjaard, conseguí correr sin problemas un ultra y un maratón… Y ya me creí capaz de todo. No he vuelto a dudar de mi capacidad para hacer nada, simplemente soy consciente de que necesitaré más tiempo que los primeros. Eso es todo. Y así cayó otro ultra, seguido al poco de otro maratón y el cruce de la barrera de los cien kilómetros sólo dos semanas después… Y cada barrera que cae, supone para mí una alegría inmensa, a veces casi salvaje, que me hace sentir bien conmigo mismo. Es cierto que a veces he tomado riesgos innecesarios, pero, repito, pasar por encima de esas barreras me ha hecho aceptarme mucho mejor y más fuerte psicológicamente.

Disquisiciones pseudometafísicas al margen, este episodio, aparte de hacerme querer aún más a mi amiga por su sincera preocupación por mí, me hizo pensar y preguntarme a mí mismo hasta qué punto correr maratones ha influido en mi forma de pensar o si por contra ha sido esta la que me ha llevado a disfrutar más de las carreras cuanto más largas son, y por tanto con un componente psicológico más importante. Creo que en mi caso ha sido mi forma de ser, no excesivamente ambiciosa ni competitiva, pero sí rocosa e incapaz de dar un paso atrás una vez que se ha dado el primero hacia delante, la que me ha llevado a disfrutar de dar más de cien vueltas a un circuito de un kilómetro.

Otra cosa que me vino a la mente mientras redactaba mi respuesta fue la foto del encabezamiento. Ya le conocéis, es mi viejo amigo, al que di por muerto hace unos meses, pero que contra todo pronóstico, y previa terrible mutilación de buena parte de sus ramas, ha vuelto a reverdecer. Ignoro por cuanto tiempo podré seguir disfrutando de su diaria compañía, pero él no se rendirá. Nunca. Y yo tampoco.